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El pasado 21 de noviembre llegaron a la Isla las cuatro últimas campanas, del conjunto total de ocho, del nuevo juego armónico donado a la Iglesia de Santa María de Mahón. La historia conmovedora de la aparición entre nosotros de esta excepcional dotación de bronces ya es conocida, la munífica aportación de un matrimonio alemán, vinculado históricamente a Menorca por un suceso bélico acaecido en la Primera Guerra Mundial.

La nieta agradecida de un capitán de navío, refugiado en el puerto de Mahón y acogido hospitalariamente por la población junto al resto de su tripulación durante toda la contienda, ha decidido junto a su esposo, por iniciativa propia y de manera en extremo generosa, donar una valiosa y perpetua melodía de paz, agradecimiento y cultura a los descendientes de los anfitriones de su abuelo, contando con otras aportaciones recogidas.

Las campanas constituyen el elemento sonoro más intrínsecamente ligado al devenir social de Europa como comunidad desde hace mil quinientos años. Este complejo y poderoso instrumento ha ritmado la vida de nuestros antepasados y ha señalado todos los acontecimientos sociales acaecidos desde la caída del Imperio Romano hasta nuestros días. En la era de la telefonía móvil, las redes sociales e Internet es fácil comprender la importancia de la comunicación rápida y precisa entre individuos. Ésta ha sido y es la misión de las campanas: su potencia sonora permite la percepción por parte de toda la comunidad de un determinado mensaje, desde el latir horario de un reloj de torre, al triste lamento por la muerte de un vecino, desde un asedio enemigo o un fuego destructor, a la coronación de un nuevo monarca o el inicio de un pontificado, pasando por el anuncio de los oficios litúrgicos y las labores del campo o del mar, al repique alegre de las grandes fiestas y acontecimientos. Algunas de estas voces de metal, indemnes, siguen anunciándonos con la misma nota lo mismo que escuchaban nuestros ancestros hace varios siglos.

Como campanero he podido estudiar, tañer y escuchar multitud de campanas en diversos países y debo resaltar, admirado, la importancia simbólica y musical del conjunto que recibimos en Mahón como don. Éste, singular para nuestra geografía, ha sido diseñado y fundido en la abadía alemana de María Laach por el monje Michael Reuter. Alemania es referencia mundial por la calidad acústica de sus campanas desde la Baja Edad Media hasta nuestros días. El hermano Reuter, a quien conocí en Vitoria por ser él experto europeo a quien se solicitó peritaje para la restauración de las campanas de la catedral, aúna el más exquisito cuidado por la tonalidad con el respeto a la fundición tradicional en un resultado que sólo se puede calificar de sobresaliente.

Las campanas de Santa María, lejos de ser una rareza académica centroeuropea o un valioso y pesado instrumento de museo, han sido armadas con yugos que permitirán su toque al estilo hispánico: voltearán, también oscilarán y repicarán. Reproduciendo los toques autóctonos casi perdidos e integrándose en la vida de nuestra comunidad. Sólo que añadiendo un extra de musicalidad al haber sido afinadas entre sí de manera cuidadosa. Asimismo están preparadas para ser tocadas manualmente en las grandes solemnidades, para ello se formará un grupo de campaneros que puedan devolver a la ciudad de Mahón parte de su antiguo acervo musical colectivo. Dispondremos, pues, del único juego armónico de campanas alemanas en España, adaptado además a los usos locales. Algo parecido a la originalidad de disponer la ciudad de Mahón de un Órgano de Johann Kyburz, de factura germánico suiza El próximo día cuatro las campanas cobrarán vida al ser bendecidas, cada una con su nombre propio. A este acto solemne asistirán el matrimonio impulsor y donante Scollar-Herrmbrodt y el monje benedictino fundidor, Michael Reuter. Asimismo se hará expresamente presente el reputado maestro fundidor cántabro Abel Portilla, cuya familia sigue manteniendo desde siglos en España la tradición artesana de la fundición de campanas, haciendo posible un encuentro campanológico poco habitual y a buen seguro enriquecedor.

A lo largo de la historia las campanas han sido víctimas de su naturaleza consustancial. En efecto, el valioso bronce que las compone ha motivado su destrucción sistemática y despiadada para fundir cañones, rara vez a la inversa. Paradójicamente, la Gran Guerra, refugiada en el puerto neutral de Mahón en forma de barco alemán, nos devuelve mutados los ecos de destrucción de sus bocas de fuego. Casi un siglo después, esta vez, y de forma excepcional, el bronce volverá a retumbar en Menorca, no como voz de guerra sino como agradecida música celeste de un conjunto de campanas alemanas que llaman a la concordia entre los pueblos.
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(*) Alberto Gil Iriondo es médico cirujano del Hospital Mateu Orfila y campanero. Ha participado durante años en los toques de la Catedral de Pamplona y otras iglesias del norte de España.