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Según una investigación reciente, la muerte de los padres es la pérdida de un familiar más frecuente, teniendo en cuenta que cada año el 5% de la población mundial pierde a uno de sus padres.

Muchos cambios suceden dentro de la dinámica familiar cuando los padres fallecen. El imán que atraía a los hijos a converger en un mismo punto ya no está y esto trae una dosis de angustia y soledad. Habrá que reestructurar las actividades familiares para no sentir ese vacío que la ausencia de los progenitores deja. Por lo general las reuniones familiares se llevan a cabo en casa de los padres. Al fallecer éstos, el inmueble se vende y entonces la sede de reunión familiar desaparece y junto con ella las cenas de Navidad o de Fin de Año también. Es el turno ahora de cada hijo de hacer su cena familiar con su propia familia.

La mayoría de los hijos tienen entre 35 y 55 años. Estas son las personas que sufren hoy el duelo por la pérdida de sus padres...¿Pero por qué se dice que ellos sufren más de lo que se sufría en otras épocas?

La respuesta es que la expectativa de vida es mucho más amplia que en décadas pasadas. Los hijos coinciden mucho más con sus padres y viven muchas más cosas juntos, se relacionan con mayor intimidad.

La forma de conocerse y tratarse ha cambiado mucho, y el afecto comenzó a evidenciarse con mucha más claridad. Antes de la década del 40, existía mucho respeto entre padres e hijos y las cosas eran diferentes.

Hoy en día, los padres ya no viven con sus hijos adultos y, a diferencia de generaciones pasadas, no necesariamente viven cerca. Muchos nietos pueden ver a sus abuelos sólo una vez o dos al año, y no una o dos veces a la semana.

En general, la gente suele menospreciar el sufrimiento ajeno por la pérdida de un padre o madre anciano(a): "ya era viejo(a)", "es la ley de la vida", "¿y qué esperabas?", como si eso hiciera disminuir el dolor del hijo. Y no se puede dar apoyo a alguien cuyo sufrimiento no queremos ver.

Mucha gente, por otro lado, resta importancia a sus padres ancianos en sus vidas, olvidándose de quienes son y hasta incluso de qué necesitan. La cercanía de la muerte no significa mucho, hasta que llega.

Muchos estudiosos del tema, aseguran que el motivo por el cual no se le da toda la importancia al fallecimiento de los padres es porque la expectativa social es que ellos se vayan antes, diferente de quien sufre la perdida de un hijo, una pareja o un hermano. El mandato social parece ser: "Es lo normal, recupérate rápido que no tienes derecho a sufrir por esto".

En general, las personas de entre 35 y 55, no dejan de trabajar una semana por la muerte de sus padres, y este es un fenómeno que muchos fundamentan en las obligaciones que individuos de esa edad, tienen con sus hijos y resto de la familia, y también en que la sociedad no le otorga la misma importancia a la pérdida de un padre anciano que a la de otro familiar cercano. En otras palabras, parece no tener derecho a acongojarse y pasar por un periodo de duelo.

Es en ese momento, en que se nota la importancia de los familiares. Cuando la persona está profundamente dolida y no tiene el tiempo necesario para superarlo en soledad.
Otros, en cambio, eligen ampararse en la fe y otros se "tragan" todos sus sentimientos y sufren en silencio.

Al morir los padres mueren los testigos principales de nuestra infancia. Ya no tienes con quién compartir tus primeros recuerdos, se experimenta un sentimiento de soledad, de desarraigo. Habrán historias que no volverás a escuchar de sus labios, consejos que ya no podrán aclarar tu mente, palabras que no cobijarán tu corazón como antes.

Es por ello que quisiera reflexionar en un texto que leí y que aconseja que mientras nuestros padres estén vivos, deberíamos hacer lo necesario para que surja entendimiento y poder comunicarnos con ellos y ellos con nosotros. Así las cosas se asientan y las cuentas se saldan. "Y cuando abandonen el mundo -se marcharán algún día-, no te sentirás culpable, no te arrepentirás; sabrás que las cosas están aclaradas. Ellos han sido felices contigo; tú has sido feliz con ellos".

Sea como sea, se reconozca o no, nunca dejamos de ser hijos de nuestros padres, tengamos la edad que tengamos.

Si tus padres aún viven, disfrútalos, perdónalos, compréndelos, acompáñalos.