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La persistente crisis económica internacional y en particular la española pone de manifiesto que erraron y siguen fallando los enfoques neoliberales de la política económica para resolver los escandalosos efectos sociales que siguen al declive económico. Esta situación me ha llevado a releer los clásicos del pensamiento económico y una vez más observo las grandes incongruencias que contiene la Riqueza de las Naciones de Adam Smith y como todos los autores de la Economía clásica y los marginalistas describen un sistema y formulan un conjunto de proposiciones que nunca fueron contrastables de modo real. No hay "mano invisible" que valga, ni competencia perfecta en los mercados; y eso de que el egoísmo individual conduce o conlleva el bien colectivo no se sostiene empíricamente.

Aquellas evidencias las denunció genialmente John Maynard Keynes después de la primera guerra mundial y sobre todo en 1936 al publicar su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, naciendo con él una doctrina válida para hacer frente a la crisis de 1929, al tiempo que estableció las bases de la macroeconomía moderna. Los principios keynesianos fraguaron el nuevo orden económico internacional de Bretton Woods (1943), impulsaron la integración económica europea promoviendo el crecimiento económico más espectacular de todos los tiempos, que en Europa dio en llamarse Golden Age, de 1950 a 1970.

Pienso que los políticos y en especial sus asesores deben reflexionar y meditar sobre las enseñanzas del genial economista inglés, sin duda uno de los más sabios de la ciencia económica. En 1926 escribió Keynes: "La confusión del pensamiento y del sentimiento lleva a la confusión del lenguaje. Mucha gente que está realmente criticando el capitalismo como modo de vida, argumenta como si lo estuviera haciendo sobre la base de su ineficiencia para alcanzar sus propios objetivos. Por el contrario, los devotos del capitalismo son a menudo indebidamente conservadores, y rechazan las reformas de su técnica, que podrían realmente reforzarlo y conservarlo, por miedo de que puedan resultar ser los primeros pasos hacia fuera del propio capitalismo". Y añade: "El siguiente paso adelante debe venir, no de la agitación política o de los experimentos prematuros, sino del pensamiento. En el campo de la acción, los reformadores no tendrán éxito hasta que puedan perseguir firmemente un objetivo claro y definido, con sus inteligencias y sentimientos en sintonía. No hay ningún partido en el mundo, en el momento actual, que me merezca estar persiguiendo objetivos correctos por medio de métodos correctos".

Keynes había presenciado los errores del Tratado de Versalles y vaticinaba la depresión que estaba originándose en los países del patrón oro a causa de la torpe política monetaria estabilizadora que practicaban, haciendo no operativo, como también ocurre hoy en día, el sistema crediticio bancario y restringía a su vez los medios de pagos internacionales; todo ello para asegurar la cobranza e ingresos en valor estable de quienes tenías posiciones acreedoras, nucleadas en países ricos y en los grandes bancos. Su obra respondía al contexto de precios relativos desfavorables a los bienes primarios respecto a los precios industriales que iban provocando una deflación generalizada; precisamente en 1926 se puso en marcha en Inglaterra una larguísima huelga de mineros y los productos británicos eran cada vez menos competitivos en los mercados internacionales. Inglaterra ya padecía la grave crisis al menos desde mediados de los años de 1920; y los políticos se mantuvieron "en sus trece", siguiendo con el objetivo de estabilizar el valor del dinero como "la niña de sus ojos", causante de un brutal y creciente volumen de desempleo.

Precisamente el principal objetivo de la obra de Keynes es terminar con el paro laboral mediante la práctica de gasto, público y también privado, dirigido a inversiones en actividades productivas, manejando adecuadamente los tipos de interés respecto a le eficacia marginal del capital y a través de pertinentes políticas fiscales, prestando menos atención determinante y menos absoluta a los niveles relativos de déficit público y de eventuales tasas inflacionistas. En definitiva, la filosofía social y económica de Keynes no tiene apenas hoy, desafortunadamente, asiento institucional ni está en las mentes de las autoridades económicas que se balancean con erráticos principios de expectativas racionales neoliberales que hicieron el caldo a la desregulación financiera y son responsables del caos que impera en la economía internacional, de origen bancario. Así nos va a los europeos.

Es más, el fundamento antropológico del pensamiento de Keynes no es el sentimiento egoísta individual espontáneo que postulan los neoliberales, sino que, por el contrario, se basa en una explícita motivación de búsqueda del bien común y por ende del bienestar individual, dentro de márgenes que respetan la esfera de discrecionalidad del individuo, que busca el equilibrio. A mi juicio los fundamentos de esta filosofía se concilian con posiciones humanistas, compatibles con los principios de solidaridad y, en su caso, de subsidiaridad del Estado, expuestas desde ópticas defensoras de la libertad individual; pero hay que recordar que la libertad tiene sus límites, de los que suele hablarse poco entre la ideología hoy predominante que impregna a las clases dirigentes.

Es cierto que las políticas económicas adoptadas hasta hoy para hacer frente a la crisis económica resultan ineficaces, pero también es cierto que las instituciones existentes no se asientan en un marco adecuado, que debería ser esencialmente internacional o al menos propio de la Europa comunitaria efectivamente integrada con autoridad compartida entre sus integrantes de modo equitativo para llevar a cabo una efectiva fiscalidad común. Además de una reforma unitaria y redistributiva de la renta, se requeriría también otorgar más autonomía a los entes locales en aras de ganar en eficacia fiscal y económica.

La crisis que padecemos nació en el sector inmobiliario-financiero, se convirtió en una crisis económico-social y hoy tenemos una crisis política de carácter supranacional que implica establecer un nuevo marco capaz de manejar los grandes retos que tiene planteada la sociedad contemporánea, en primer lugar resolver los desórdenes a los que nos ha llevado un capitalismo no regulado y con notables carencias éticas, individuales y colectivas. La filosofía expuesta de Keynes ofrece un contenido sustancial que está vivo.