Instantánea del mercado, Davall sa Plaça (archivo M. Caules)

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Junto el fuego saltarín, calentando la estancia, acompañadas del tintineo del martillo que tan hábilmente maneja Praxèdies, picando las almendras, una tras otra, por riguroso orden… todo llegará. Vamos preparando distintas comandas y las de uso propio, las que se convertirán en sabrosos amargos. Fieles a nuestra tradición, dejamos las que tostaremos la misma noche buena, mientras nuestra Aguedet, da los últimos toques a la cena, auténtico placer, evocando otros tiempos. Últimos retoques del pastorcillo que se va acercando al portal, la mujer que saca agua y el pastor caído cerca de la pared, alertado por un grupo de estáticas figuritas observando cerca del imaginativo camino que conduce a Belén. Parece ayer, cuando subidas en lo alto de las piernas de algún familiar nos cantaban lo de… arre caballito, vamos a Belén, que mañana es fiesta y el otro también. Paso el tiempo, cantándolo a nuestros hijos y a los de estos.

Se habla del espíritu navideño, algo de cierto habrá, cada vez que intentamos investigar sobre el misterio que lo envuelve, Guideta llega a la conclusión, que lo único certero es que jamás se deja de ser niño. Se mantiene escondido en lo mas recóndito de nuestro ser, ello nos ayuda a continuar por senderos inesperados, con la esperanza que jamás lo haremos solos, siempre, junto aquellos que tanto nos quisieron, que tanto representaron en nuestras vidas, aprendiendo de los mismos lo que se les inculcó cuando también eren petits.

No debemos engañarnos, ni engañar a nuestros pacientes lectores, estas fiestas están pensadas para los pequeños de la familia, cuando se contemplan con ojos de asombro, frente las luces destellantes, con asombro frente la lavandera arrodillada en el río, la hilera de pastoras provistas de panderetas y zambombas, mientras los que dejaron atrás su infancia, intentan disimular la tristeza producida al observar, las sillas vacías, las mismas que antaño se sentaban los nuestros. Digámosle, abuelos, padres, hermanos y hago un mutis, por los que vieron partir a sus hijos. Mientras tanto, la butaca, la de grandes orejeras, la que esta cerca del fuego, nos lleva a cuando se sentaba mamá Teresa ya afectada de alzheimer, sosteniendo entre sus brazos una muñeca de trapo hecha por una artesana indiscutible, la señora Salord de Alaior. La iba acunando y hablaba de cuando llegó a Mahón, de sus tiempos de moza en una fabrica de monederos de plata, de su calle, la del Horno, des senyors de la Cova, de sus vecinos los Dubón, el doctor Gomila, de na Margarita mel, los Marimón, todos ellos tan queridos, representando mucho más que la propia familia, que habían dejado allá en Andalucía.

Y de nuevo me encuentro enrollando el ovillo, por estas mismas fechas en lo alto del mirador de la Miranda, observándose grupos de chiquillos con vestimenta molt pobra, se trataba de los niños empleados en fincas conocidos como missatgets. Sus amos los bajaban de la finca hasta el muelle comercial, dejándolos al cuidado de diferentes jaulas llenas de aviram, así se conocía a las aves. Las embarcaban con el buque correo rumbo a los mercados barceloneses, principalmente La Boquería. No todos se encontraban en jaulas, los de más peso se les ataba por una pata, gracias a la larga cuerda disponía de autonomía. Me encantaba bajar a baixamar y observarlos de cerca, solía hacerlo en compañía de mi prima Lolita Valverde.

Otra de las incursiones navideñas se producía la víspera del 25, a aquel mercado al que tanto hemos echado en falta, las placeras vendían hasta bien entrada la noche. Lógico. Muchos padres de familia cobraban su jornal aquella misma tarde, lo que hacía compraran de tard. Como si fuera hoy, acuden a mi memoria los pollos de payés, gallos i galls d'indi esperando ser adquiridos. Mientras en el horno un gran trajín de peroles cocidos, otros aguardando con su correspondiente número escrito con tiza, evitando confusiones, la hornera manejaba con destreza la larga pala, en aquella boca de lo que se suponía simulaba un infierno. Mi recuerdo para mestre Quicus Morro i Marina, del horno de la calle de Santa Teresa de Mahón, y cuantos matrimonios y familias se dedicaron a aquella sacrificada actividad.

El ovillo de la memoria se va deshaciendo e incluso enredándose, de aquí y de allá, observando llaunes de amargos y pastisests, cuando mi pensamiento se traslada a la mañana del día de Navidad a la salida del claustro, junto a la puerta cercana a la plaza del Carmen, un estrepitoso ruido, producido por una gran rueda ofreciendo la oportunidad de llevarte a tu casa suculentos premios. Su propietario, un señor muy alto de complexión fuerte, con una beca, los mayores le llamaban en tono cariñoso, la Rata. Más tarde supe se trataba del padre de uno de estos hijos ilustres de Menorca, José Mascaró Pasarius.

Cerca del mismo, otra rueda, mucho más pequeña que la anterior, los triunfos, gildas, de diferentes figuras, tirurits de la Habana, y Dios sabe cuántas cosas más. La turronera, la misma que acudía a todas las fiestas de los pueblos, montaba su parada, pelotas de elástico, espanta suegras, pitos, cigarrillos de manzanilla, garrapiñadas, cacahuetes, habas y garbanzos tostados, todo ello junto a carracas y plumeros de colores varios que la buena mujer elaboraba con sus ágiles manos.

Al bajar la escalinata, un aire frío recibía a los participantes del jolgorio del mercado dispuestos a enfilar la Ravaleta, calle Nueva.

Es preciso pararme un instante. Gori, el de la motora, rogaba le esperáramos, jamás supe el porqué, debieron pasar más de treinta años para enterarme del motivo. Rápido, como una gacela, subía a la cárcel, que se hallaba en el primer piso de aquel claustro donde se encontraban los presos, todos los años hacía lo mismo en diferentes fechas, el 25 de diciembre tenía un fin, abrazar a los internos, entregándoles tabaco, algo de turrón y una botella de coñac Soberano. Y es que Gori fue uno de estos ángeles terrenales, como lo describía el padre Macián, al cel sia, que al paso por la vida terrenal siempre derramó amor.

Podría ir escribiendo muchas cosas más, pero de momento lo dejo para otra ocasión, es preciso agradecer al Ayuntamiento de Sant Lluís, a su alcalde don Cristóbal Coll Alcina, al presidente del Consell Insular, don Santiago Tadeo Florit, a la consellera señora Herráiz, al presidente del club de Jubilados y su equipo, el detalle con los jubilados de aquella población, por la reunión tan acertada en el hotel Sagitario, en el cual su director en Sebastià siempre, lo que se dice siempre, se desvive por colmar de atenciones a sus clientes, algo que logra por su manera de ser, ofreciendo un servicio tan esmerado, a los responsables de la cocina. Fue un jueves maravilloso, saliendo a las diez de la mañana desde la plaza de Ses Micoles, más de doscientos abuelos, dispuestos a pasárselo bien, olvidándose de toda clase de males, dejándolos en los parterres, antes de subirse en los cinco autocares, conducidos por chóferes muy atentos y amables.

La primera parada se produjo en lo alto de Monte Toro, donde nos aguardaba un cafenet amb llet i una ensiamada, una misa preciosa, diferente a otras tan monótonas, ello es el milagro de su sacerdote, en Joan Tutzó. Aquel niño que apenas asomaba su cabecita de pelo ensortijado en es taulell de ca na Consuelo Riudavets, hoy es un sacerdote que sabe dirigir la palabra de Dios como a la mayoría nos agrada, llegando hasta el fondo del alma. Bravo, te queremos, tu mensaje es humilde, fácil de comprender, sin enrollarte, desprovisto de florituras, muy actual, continúa tal cual, Joan, de hacerlo así arribaràs enfora. Al finalizar el oficio, nuestra querida y entrañable Marlen Coll, directora del coro y músicos de jubilados dirigió a sus pupilos, con gran acierto, ofreciendo un conjuntado a la vez que armonioso despliegue de villancicos a la patrona de Menorca. Gracias Marlen, por tu dedicación, por tu manera de ser, sabiéndote proveer de paciencia con los mayores, con tu sonrisa encantadora, ayudando a los jubilados del pueblo que te vio nacer, donde aprendiste junto a tus músicos del alma, padres, esposo, hijos, yerno, haciendo votos que continúes per molts d'anys.
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margarita.caules@gmail.com