TW
0

Hace ya muchos años, la clase alta, la de los envidiados, venía definida por el linaje, la familia y la posesión de las tierras, y se manifestaba con barroca opulencia, fiestas, autoritarismo y poder. Con el tiempo la clase alta, los envidiados, pasaron a ser los que manejaban el dinero, los que por estirpe o habilidad consiguieron grandes imperios industriales. Se conocían por suntuosas viviendas, joyas, generalmente mujeres bellas sin menoscabo de amantes, tierras, caballos y presencia en las mejores fiestas. La cosa se modernizó. Continuaron las viviendas VIP y llegaron los yates, las acciones, los paraísos fiscales, los grandes coches. La clase alta, la de los envidiados, pasó a ser la de los vehículos de alta gama, la información privilegiada y el fin de semana en el velero. Ahora, en el ya casi caducado 2011, no se sabe si detrás de un ingente yate está un embargo o si el coche de lujo es todo él una deuda de muchos ceros. Uno desconoce si tras la puerta del magno chalé reside una hipoteca pendiente de ejecutar en breve o si en el interior del traje de Armani se esconde un concurso de acreedores en marcha. El poder no tiene cara y los más regios apellidos son cuestionados. Por todo esto, la nueva clase alta, aquellas personas a las que se envidia por la calle, son sencillamente aquellas que cuentan con lote navideño de empresa, todo un emblema de trabajo y nómina que de momento no peligra. Y si la cesta tiene jamón, ni les cuento. En los lotes también hubo siempre clases altas.