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No hay otra fiesta durante el año que tenga más alto el perfil gastronómico que la Navidad. A tal extremo es cierto lo que digo que después del día de Reyes no es por eso poco el personal que va y se sube sobre la báscula del baño y se pega un susto que para qué. Las básculas, ya se sabe, no tienen corazón. Y así te dicen que has aumentado en estas fiestas 2 o 3 kilos, todo porque estos días navideños se come como si fuera a terminarse el mundo. Nos ponemos a la mesa y es como quien entra en combate, dejando de manifiesto que somos los únicos seres de la naturaleza que comemos sin hambre y bebemos si sed. No les digo más que en Menorca tenemos una cena que le dicen 'ressoparo' o 'ressopó', o sea, que a pesar de haber cenado nos da por volver a cenar de nuevo, cosa que se suele hacer después de la misa del gallo, sin que sirva de nada la sabiduría popular sobre esta industria cuando nos avisa que "de grandes cenas están las sepulturas llenas".

Algunas festividades tienen en Menorca unas gastronomías que le son propias: buñuelos y 'formatjades' para los días de Semana Santa, coca, chocolate, azucarillos y aguardiente por Sant Joan, si bien lo de las 'formatjades' ha pasado a ser una repostería común a lo largo del año. En Navidad se mantiene lo del pavo y el turrón, mayormente lo del turrón, que estando como está de bueno no se me alcanza la razón cómo no ha pasado a ser una gastronomía cotidiana como lo de las formatjades.

Ahora, sin que se sepa muy bien el porqué, nos volvemos locos con el marisco. Parece que unas navidades sin marisco sean menos navidades, cuando es una costumbre, un intrusismo que empezó a afianzarse en la mesa navideña al rebufo de bonanzas económicas. Hoy es común el marisco y la carne para estas bacanales gastronómico-festivas en que se ha ido convirtiendo, mayormente, la Navidad.

Los payeses de mi tierra, siempre prudentes, me recuerdo que solían tener y espero que sigan haciéndolo, aquella sabia costumbre cual era tener de propósito un par de surcos de patatas sembradas detrás de una pared de piedra seca al amparo de las durezas de la tramontana. Esas patatas tiernas tenían por mejor razón de ser acompañar al capón, pavo o cordero al horno el día de Nochebuena, con la complicidad de unas hebras de azafrán, que ya saben ustedes que transmite una herencia olfativa y gustativa especialmente agradables.

La dulcería hacia la mitad del siglo pasado, era menos ostentosa, con menos variedad: turrón fuerte, a prueba de dientes y muelas, 'torró cremat', unos amargos dulces, figuras de confitura, 'cubellitos' de las monjas de Ciutadella, 'pastissets', 'rollets' y sobre todo tengo para mí esa joya de la repostería menorquina, el único mazapán que desde la dominación árabe, donde descansa su origen, se ha conservado intacta la fórmula si exceptuamos lo del azúcar (los árabes empleaban la miel), me refiero al 'cuscussó' o cuscús. Su nombre es de origen árabe, me inclino por decir que berebere, quizá magrebí. En Menorca se consume para las fiestas navideñas, especialmente en la zona de Ciutadella, pudiéndose afirmar que en otros pueblos de la isla es prácticamente un desconocido., Quizá en Madrid sea el único que lo hace en casa para la mesa navideña. En cualquier caso, consuman ustedes productos menorquines, la gastronomía navideña menorquina es extraordinaria. Incluso ahora, afortunadamente, tenemos ya nuestros propios vinos.

Para las comidas de estos días, como para las del resto del año, soy cada día más partidario de comer un poco de todo lo que me gusta, que mucho de algo. Y en las bebidas alcohólicas, suelo tomar una copa de un buen vino durante la comida. Y si la comida, la ocasión y la compañía es de larga sobremesa, suelo regalarme esos momentos con una copa de un brandy que, en mi opinión, es de lo mejorcito del que se elabora en España. Suelo procurar que la tertulia se dé delante de la chimenea, que es, o debería de ser, uno de los símbolos de estas fiestas.