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Imagínense la escena. La prestigiosa Filarmónica de Nueva York está en plena interpretación de la "Sinfonía número 9" de Mahler. El sentimiento que transmite la orquesta acuna a un auditorio entregado y emocionado. Y de repente suena el inconfundible politono 'marimba' de un iPhone. Desconcierto, y entonces ocurre algo que no pasaba en los 170 años de historia de la agrupación: el director, Alan Gilbert, detiene el concierto y, tras identificar al propietario del 'smartphone' le dice: ¿Ya está apagado?, el agobiado espectador contesta que sí y entonces la velada continúa.

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Esta anécdota ocurrida la pasada semana puede servir de ejemplo de cómo los teléfonos móviles se han llegado a convertir –a pesar de su utilidad– en un engorroso e inesperado invitado allá donde vayamos. Y no son solamente por el repertorio de politonos –más o menos hortera– que turba una sala de espera, biblioteca, reunión e incluso un funeral. Es que además, hay que aguantar estoicamente las conversaciones del colega de turno, normalmente en un tono elevado. Mientras, uno piensa: Y a mí qué me importa si va ir a la oficina a las cinco de la tarde o que se va a zampar una paella. Es en esos momentos cuando apetece decir aquello de: por qué no te callas.