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Los discursos institucionales suelen ser algo tan mecánico, programado y previsible como las críticas que posteriormente vierten sobre ellos los partidos de la oposición. Ya podía Santiago Tadeo haber leído entero "El capital" de Karl Marx, que igualmente se hubiera llevado un palo por parte de los socialistas. Normal. Tadeo cumplió con los recursos habituales de un discurso institucional, como son la identidad, la historia común, la llamada al optimismo y la reclamación de mayor capacidad competencial. En esto cumplió con otra parte de su parlamento, la que habla de anteponer pragmatismo a ideología. La referencia al transporte aéreo, mea culpa incluido, tampoco hizo que nadie se sorprendiera demasiado. La carga más ideológica vino con la reivindicación de la austeridad, como algo ligado al rigor y la eficiencia en la administración, y con la exposición de la necesidad de transformar "intervencionismo en iniciativa", con clara referencia al PTI. Tadeo define la austeridad como erradicación del gasto superfluo, concepto cuyo alcance siempre va a ser subjetivo. Por ello, incuestionable es la necesidad de rigor, pero en ningún caso son incuestionables algunos ajustes. Las salvajes exigencias en la reducción del déficit público, generadas en gran parte por aquellos que han propiciado la crisis, no pueden llevarnos a que la sociedad acate de forma automática toda aquella acción realizada en nombre de la austeridad. Aquí sí hay ideología.