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Olvídense del zurriagazo de Cristiano. Déjense de excelentísimos tramposos de postín. El transporte aéreo, en cuarentena. No hay otro tema. Solo se habla del frío. Ningún encuentro casual entre dos o más personas deja a un lado el asunto meteorológico, con las manos en los bolsillos, el cuello reducido a la mínima expresión para máximo aprovechamiento de la bufanda y los pies bailando sin más música que el viento de tramontana. Hablar del tiempo no está mal, es divertido, no exige un gran esfuerzo mental y a todo el mundo le afecta. No se mete la pata y uno siempre puede aportar su grano de arena. Por tanto, me sumo con alegría a hablar del tiempo varias veces al día. No obstante, menos me gusta cuando la conversación deriva en quejas, sobre todo porque en esto de la meteorología acostumbra a pasar que nunca lo tenemos bien. Hace unas cuantas semanas, cuando en mangas de camisa íbamos a buscar a los churumbeles al cole, muchos lamentaban que el invierno no hiciera acto de presencia. En verano no soportamos el calor. En julio, que no termine de llegar el verano. En octubre que parezca agosto. Ahora el invierno está cuando toca y también surgen las críticas. Demasiado frío. Nunca lo tenemos bien. Nos quejamos de puro vicio, como asegura estos días el PP tras las críticas y las protestas por la reforma laboral. Aunque aquí sí que se puede hablar en toda regla de una alerta por fenómenos adversos.