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Si le hicieran caso al añorado Gila y se fueran del pueblo todos aquellos que no aguantan bromas España se iba a quedar muy vacía. Porque hay que ver la que se ha montado con el asunto de los guiñoles del Canal+ francés. ¡Menuda tontería! Sobre todo en un país como el nuestro, con un reconocido y magnífico sentido del humor, donde siempre nos hemos caracterizado por saber reírnos de nosotros mismos. Que le pregunten si no al sabio pueblo de Lepe.

¿Qué nos está pasando? ¿A cuento de qué esta estúpida trifulca que ha puesto en pie de guerra a deportistas, políticos, diplomáticos y hasta a un presidente de Gobierno como Rajoy que hace gala habitualmente de su socarronería gallega? ¿O acaso también esta salida de madre es otra maniobra de distracción frente a "las cosas que realmente importan a los españoles" (que el hoy ofendido don Mariano nos repetía por activa y por pasiva).

Los famosos guiñoles -tanto los franceses como los que en su día hicieran en nuestro Canal+- han sido un ejemplo de sentido del humor ácido pero inteligente. Recordemos la época en que los políticos españoles casi exigían ser caricaturizados por ese magnífico programa porque quienes no lo eran se sentían incómodos y ninguneados. Nadie se sintió ofendido entonces por el uso de su imagen en el programa; ni el beso amoroso entre José María Aznar y Jordi Pujol hizo que los aludidos se rasgaran sus vestiduras, ni Benedicto XVI anatemizó al grupo Prisa, ni Raúl se sintió ofendido porque lo caricaturizaran como un ser mezquino y envidioso. Hasta puede que Julio Anguita se sintiera halagado por la prestancia califal de su muñeco. El caso es que nadie protestó; nadie se picó, y si se picó nunca lo dijo porque habría sido considerado por todo el mundo como un necio, más guiñol que el propio guiñol.

Por eso resulta tan extraño -y tan ridículo- que el señor García- Margallo, ministro de Asuntos Exteriores, se quejara ante el Ministerio de Deportes francés, por un video que ironiza sobre el dopaje en el deporte español. Con ello, el ministro dejó muy claro que no tiene el más mínimo sentido del humor. No tiene la más mínima idea de lo que significa la libertad de expresión (o tal vez sí la tiene, pero no le gusta). Y no tiene nada claro cuáles deberían ser las prioridades de su gabinete. Porque, si el Partido Popular quiere, como ha dicho, recuperar el prestigio supuestamente perdido de España en Europa, este tipo de acciones no van a contribuir para nada en su logro. Ni ridículas protestas por una serie de televisión, ni apertura extemporánea de melones gibraltareños.

Tampoco nuestro Monarca, tan campechano él, ha dado muestras de su jovialidad y agudeza al afirmar que "Esos de los guiñoles son tontos". ¿Y qué nos dice sobre tema el señor Rajoy, presidente del Gobierno? Pues que "el mayor desprecio es no hacer aprecio". Algo así como que "a palabras emitidas por laringes inconscientes trompas de Eustaquio en estado letárgico". Pues vale.