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Con pocas ganas, esa es la verdad. Estuvimos María y un servidor en ARCO. Los organizadores no deben de haber escuchado al gobierno y siguen con un precio de entrada en el IFEMA que creo abusivo, 40 euros por persona, o sea que entre los dos 80 euracos. Luego, claro, tienes que comer allí, porqué abre ARCO muy tarde, a media mañana, y sin tomar nada del otro mundo, otros 60 euros (total: 23.294 pesetas de las de antes). Eso es lo que euro arriba, euro abajo, le vino costando a una pareja ir a ARCO, sin que a media tarde se le ocurriera, merendar un poco o tomar un refresco.

ARCO sigue fiel a esa tendencia, para mi gusto ya muy manida, muy sobada y carente de los que yo exigiría para catalogar la obra de un autor como arte. En ARCO lo que prima es ver quien se lleva el premio al más imaginativo, al más atrevido; una especie de competición de el "y yo más" , con coas que ni siendo generoso, me atrevería yo nunca a calificarlas de arte, más bien de cosas absurdas, cuando no de tomaduras de pelo. Fíjense, bueno olviden el fíjense, por que cómo ahora les contaré de una obra donde no hay en qué fijarse, hagan sólo el ejercicio de imaginárselo: un cuadro grande, diríamos de gran formato, todo él completamente negro. Se trataba de un lienzo sin marco, ya digo, más negro, que los cataplines de un grillo. Me paré delante de aquella "obra de arte", donde estaban tres personas que por las caras, no me costó nada darme cuenta que no daban crédito a tanta "gilipollez", y no pude evitar exclamar ¡Anda coño! ¡Mira tú que obra de arte! "Murcia de noche", y María añadió: después de irse la luz y sin luna. La carcajada de aquéllas tres personas fue unánime.

Entre 214 y 215 galerías componían la oferta de lo qué pudo verse en ARCO en su 31 Edición. Han participado 29 países, con unos 3000 artistas. El cuadro más caro es uno de Bacon, sobre unos 11 millones de euros. La obra más barata de Menis. Lo más fotografiado, sin duda, lo de Franco en la nevera.

La verdad es que algunas cosas sí que me gustaron, tanto en escultura como en pintura o dibujo. Aunque la impresión general que me invadió fue que "para ese viaje no hacían falta alforjas".

Estoy de acuerdo, cómo no estarlo, con el modernismo. Y es lógico que el arte evolucione, pero jamás estaré de acuerdo con lo de que "todo vale", que a cualquier cosa se le llame arte y que en aras de un modernismo hipócrita, se digan la sarta de falsedades y sandeces que se dicen en boca de según qué críticos cuando enjuician la obra de algún determinado autor, que han aupado a la fama como uno de los mejores artistas del siglo pasado o del lo que va de siglo actual. Críticos tan vulgares como la obra que han endiosado y todo por dárselas de ilustrados, cuando en puridad no son otra cosa que pobres ignorantes. Como aquellos que ponderaron una exposición, financiada y organizada por un gobierno europeo. Los periódicos de aquella capital recogieron las loas de los críticos del tres al cuarto, que derramaron mieles y mieles sobre aquellas "obras de arte". Pero hete aquí que todo se les vino abajo, desenmascarando de paso toda aquella hipocresía cuando, deprisa y corriendo, tuvieron que clausurar, mejor dicho, anular de inmediato, la "magna" exposición al descubrir que buena parte de "aquellas obras de arte" las habían llevado a cabo el personal de la limpieza a escobazo limpio, con cubos de pintura que les regaló un almacén. Una denuncia, no pequeña precisamente, de cuando en nombre de la ignorancia, se pretende pasar por arte lo que no lo es, por mucho que algunos críticos de los que luego quedan con el culo al aire, se hayan desgañitado alabando un trabajo hecho a escobazos por personal de la limpieza.

Al salir de ARCO, María me dijo "el año que viene, cogemos el dinero que nos ha costado venir a ARCO y nos vamos a comer a uno de esos restaurantes donde su gastronomía sí es arte y sus cocineros verdaderos artistas". Creo que le voy a hacer caso.