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Hace algún tiempo cayó en mis manos un folleto de escasamente treinta páginas editado por Cristianismo y Justicia del que es autor Luis de Sebastián, profesor de Esade, ya fallecido. Se trata de un Cuaderno -el número 145 de una serie de otros muchos- que lleva como título "Breve antología de términos económicos" cuya lectura recomiendo de buen grado a quienquiera que esté interesado en estar un poco al día, solo un poco, de los acontecimientos ciertamente graves que estamos viviendo desde hace pocos años, la crisis, de la que no se sabe hasta cuando ocupará con seguridad las primeras páginas de los medios de comunicación de todo el mundo. En dicho folleto a modo de diccionario muy esquemático se expone en lenguaje muy entendible el significado de unas setenta palabras en orden alfabético que estamos condenados a leer y a escuchar todos los días y a todas horas mientras dure el espectáculo, microcrédito, deuda soberana, tasa Tobin y la larga retahíla de vocablos de alta economía de los que acabaremos siendo incluso los profanos en la materia, un tanto expertos de tanto repetirlos machaconamente en artículos y tertulias.

Ni siquiera con la lectura de un documento tan útil y tan didáctico se aclara uno del todo sobre lo que está ocurriendo ahora mismo dada la enorme diversidad de opiniones, contradictorias muchas de ellas, que se producen en torno al tema y el apasionamiento partidista que exhiben los que se ocupan de informar a la ciudadanía de las incidencias y evolución de la crisis sobre cuyo resultado final nadie se atreve a pronunciarse con rotundidad. Mala señal.

Hay otro apartado dentro de este mismo tema que resulta aún más complicado que el manejo de los tecnicismos que antes mencioné y que además tiene una vertiente más dolorosa. Me refiero al lenguaje de las cifras con el que también nos obsequian un día sí y otro también los expertos en la cuestión. Unas cifras muy difíciles de casar y más difíciles de entender. Por un lado el de los sueldos de miseria de aquellos "afortunados" que tienen "la suerte" de cobrarlos de un modo fijo, y el de las pensiones que perciben una multitud de ciudadanos ya en el ocaso de su vida de trabajo y de penurias, premiada con un tan escaso estipendio. Y por otro el volumen escandaloso -éste es el adjetivo apropiado- de los sueldos de algunos altos directivos de la banca cuyos "méritos" para disfrutar de una tan alta retribución no son conocidos. Después de una drástica reducción, que el ministro De Guindos califica de razonable alguno de esos personajes han sido castigados a cobrar solo 600.000 euros (vid. "Menorca" del día 4 de febrero) al año.

Más escandaloso es -mantengo este adjetivo como el más adecuado- lo que algunos banqueros perciben por su trabajo ordinario de su gestión diaria, y lo que se les da a la hora de jubilarse. Dejémonos de adjetivos y vayamos a las cifras que aparecen con grandes titulares - lean lo que publica "El País" del día 19 de enero de este año y que reproduzco textualmente: "Luzón, vicepresidente del Banco Santander sale del Santander con una pensión acumulada de al menos 56 millones. El ejecutivo, sigue el titular del periódico, acumula otros 10 millones en seguros y tiene derecho a un complemento por prejubilación de 2.85 millones anuales. El directivo cobraba en torno a 7 millones al año".

Sería interesante, se me ocurre sugerir, que al lado de esta información tan ilustrativa por sí sola apareciera una relación de los trabajos realizados por dicho señor y lo mismo vale para otros casos muy parecidos, que resumiera el género de aportaciones llevadas a cabo por todos ellos en beneficio de la comunidad y lo sería también conocer a ser posible con detalle el nombre de las personas o de las instituciones que se han enriquecido moral o materialmente gracias a sus esfuerzos e iniciativas. Acaso la consideración de esos hipotéticos y desconocidos "méritos" atenuaría la pésima impresión que produce en el ánimo de cualquier persona honrada el contraste escandaloso -otra vez el adjetivo de marras- entre lo que cobran los asalariados del país y lo que acumula esa élite de privilegiados que llenan sus bolsillos a costa del sacrificio exigido a toda la ciudadanía y en el que ellos no participan mínimamente en un ostentoso ejercicio de insolidaridad.

No vale decir que estos sueldos astronómicos y las elevadísimas pensiones que cobran algunos exdirectivos de la banca son legales. Hay leyes injustas, como todos sabemos, que no legitiman la conducta de quienes se amparan en ellas para un enriquecimiento a todas luces ilícito. Hay de por medio una cuestión de sensibilidad que no entra en el contenido de ninguna ley. La sensibilidad ante el dolor ajeno, por ejemplo, que deberían experimentar, piensa uno, los que arrodillados ante el dios dinero viven tan campantes - y ¿felices? - en medio de tantas privaciones como ahora mismo hemos de ver y vivir en nuestro entorno inmediato