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Si alguna certeza tiene el presidente Rajoy es que si su sangrante reforma laboral fracasa y no logra reactivar antes de dos años la actividad económica y crear más empleo del que, sin duda, destruirá, ya puede hacer las maletas. Como todo el mundo sabe, la medida aprobada por el Gobierno sustrae no solo derechos y seguridad sino también valor a los trabajadores por cuenta ajena en activo. Será normal pues que el próximo jueves 29M muchas personas indignadas con el castigo que se les ha impuesto, sin ser culpables de nada, secunden la huelga general y sindical.

Pero por más éxito que tenga la movilización, el jefe del Ejecutivo no debería dar marcha atrás pues es evidente que cree (puesto que se juega el cargo y todo su crédito político) que esa reforma, que con tanto celo escondió durante la campaña, es el mejor camino para salir del pozo en el que nos hallamos.

En cualquier caso, lo que nunca tendría que repetirse es la historia de aquel gobernante, ya olvidado, del que dicen las viejas crónicas que desde el reino de la soberana deuda contemplaba, apenado pero sin perder la sonrisa, como las colas del paro superaban los cinco millones, sin atreverse a ponerle remedio.