TW
0

Entrada la primavera, con sus cantarinas lluvias, un cielo azul resplandeciente, los campos huelen a buenos augurios. Desde lo alto des pujol, rodeada de hermosos árboles que van creciendo lentamente al sol. ¡Con gusto me hubiera quedado, pero mil quehaceres me esperaban, al final del camino¡

La abundancia de lluvias y las suaves temperaturas permiten a los cereales tomar altura, también las malas hierbas y las rojas adormideras. En los terrenos más fríos sembramos las patatas, mientras es un placer las que van creciendo protegidas y arrinconadas de los malos vientos. Año tras año se repite lo mismo, recolectándolas para la panadera del día de Pascua de Resurrección. Acompañadas de los guisantes y las sabrosas alcachofas. Sofritos elaborados con las cebollas tiernas, apurando fritos de habas tiernas, un auténtico placer. Todos deberíamos apoyar la siembra del campo menorquín, lo auténtico, lo autóctono.

Nuestra preocupación al contemplar el parterre donde debían nacer las fresias, los iris, y las calas orelles d'ase, se acabó por fin, todas estallaron, tan solo faltan florecer los gladiolos y las tulipas, a buen seguro esperarán la llegada de mayo para celebrar el mes de María. Antes, corresponde el turno a los caramelos. No son los abonos los que hacen la añada, pero si el azúcar y algo de cacao. Lo que sí resultó un milagro, la envoltura de mil colores en papeles de celofán mientras otros cuelgan enrollados en papel de barba y vistosos dorados con flecos incluidos. Los niños del talaiot de Trepucó quedaron sorprendidos con tanta abundancia caramel·lera. Han transcurrido doce meses y no he podido olvidar sus caritas de sorpresa, sus ojitos abiertos en tono interrogante. Feliz inocencia.

Debo finalizar el tema, ha llegado el filatero. Últimamente intenta portarse bien, qué digo… ¡muy bien!, conocemos todas sus estrategias. Repitiéndolo al acercarse Navidad, por Reyes y en Pascua. El pavo para el 25 de diciembre, con los amargos, pastissets y el cuscussó. El detalle que depositamos en su zapato la noche mágica, nada tiene que ver con ses mangues. Siempre es lo mismo. Un frasco de Floid para después del afeitado. O el clásico Varón Dandy, con su inconfundible perfume embriagador, que tantos desmayos momentáneos propiciaban en los Jardines Infanta o en Popins. Llegada la Pascua, medio cordero. Trob que no hi ha res a dir. Hubo un tiempo en que nuestra cocinera, n'Agadet, le preparaba las empanadas, una coca con pinxes el Viernes Santo, un brazo de cordero y un paquete de chuletas. Fue el año pasado que decidió entregarle la mitad y que el s'espabili.

Con la Semana Santa parece llegar la época estival. Esto es lo que vivimos y con esta servidora los de mi enfornada. Momento ideal para hacer limpieza general a las llamadas casetas, hoy chalets. ¿Quién de ustedes ha podido olvidar, el jaleo que se organizaba? Se aprovechaba lo que ahora conocemos como fin de semana, para vaciar la estancia, digo la estancia ya que muy pocas disponían de habitaciones. Casi siempre una nave con sus fogones, su cocina de carbón y algunas la de hierro con su horno incorporado. Muy cerca se situaba la mesa llamada de cocina con dos bancos o una variedad de sillas. Lo de variedad es porque en la caseta siempre se utilizaban los muebles que otros desechaban. Lo importante era contar con tantos asientos como se precisaban, sin importar su diversidad.

Una cortina con sus anillas facilitando pudiera correr sobre el largo hilo de alambre, daba intimidad a los departamentos a modo de dormitorios. Casi siempre se trataba de somieres, lo de cabeceras se pasaba por alto, lo mas usado los camarotes, dando cabida a varias familias. Algún armario, guardaba la ropa familiar. Recuerdo el de una de aquellas casetas que se encontraba un guardarropa y en la puerta central un enorme espejo que enmarcaba un espléndido desfile de niñas antes de bajar a la cala. Hoy me pregunto ¿dónde estarán aquellas niñas, con cuerpo de mujer, luciendo los bañadores de gometes ultima moda de los años cincuenta ? Aquel mismo mirall devolvió años después preciosos cuerpos desprovistos de celulitis ni nada que se le pareciera, con bañadores Jatzen, los más bonitos del mercado que fabricaba Emilio Orfila des Quatre Vents de la cala de Alcaufar. No tan solo eran los más modernos, con diseño y confección de primera, también eran los más caros. De ahí que era frecuente, se prestaran unas a otras, si en alguna ocasión no podían acudir a tomar baños de mar.

Era requisito indispensable, que aquellas viviendas, dispusieran de uno o varios árboles junto al patio, se aprovechaba su sombra. La mesa que antes apuntaba en la cocina, iba y venia según el clima de la jornada. Por regla general no solía moverse de debajo el arbusto. Sillas, bancos e incluso algún canapé, de cuarta o quinta vida, forrado y vuelto a forrar, cojeando alguna de las cuatro patas, nada del otro mundo, se suplía con uno o varios ladrillos, un taco de madera y sanseacabó.

Una cisterna o pozo, y su cuerda mágica, que se deslizaba hacia abajo, subiéndola con el cubo lleno de agua fresca. Otra cuerda atada a un cesto, que a modo de frigorífico manual, refrescante y económico donde cabían las cosas básicas. La botella de Piña de la casa Romp d'en Gardés, un sifón de los Costabella, un melón o una sandía. Después de comer, se llenaba de fruta del tiempo para la tarde o por la noche. También hubo algún domingo especial, en que cruzamos el puerto con la tèquina para ir a comprar hielo de casa Lorenzo Barber, en Mana.Aquel pedazo de bloque helado, por el que se había pagado cinco pesetas, un duro, se depositaba en una tina de cinc rodeado de los productos elegidos, todo ello cubierto con sacos y sobre los mismos un trozo de lona. Protegiendo el frescor, evitando la evaporación des gel.

Aquel sueño de casita veraniega, se encalaba, se pintaba el suelo de traspol, evitando el polvo. Afuera algo alejada a modo de camuflaje, se encontraba, el retrete. En algunos se colgaba del techo un cubo a modo de jardinera que una vez llenada de agua hacia las veces de ducha, pero lo práctico era al subir de la cala sacar un cubo de agua dulce mientras alguna madre la echaba sobre la nadadora, quedando desprovista de la sal. Mientras se lavaba la cabeza en una palangana, cap per avall, con un sobre de polvos Bilore de una peseta cincuenta céntimos, aclarando el pelo con agua y vinagre. Al llegar la edad del pavo se finalizaba el ritual vertiendo medio botellín de cerveza, convencidas de que el peinado sería más duradero, principalmente si se peinaba con onduladas ondas a lo Ava Garner.

La vida prácticamente se desarrollaba afuera, entre la sombra del árbol, que podía ser un pino o un acebuche. Y el cobertizo de cañas, cubierto de una parra, que llegado final de agosto, daba un riquísimo fruto. En cualquier rincón de este idílico espacio al aire libre, se fregaban los cacharros, a la antigua, mediante dos tinas, que fueron suplidas por dos de plástico cuando la casa Tatay, las ofreció al público. En una se lavaba y en la otra se pasaba de agua limpia, poniéndose a escurrir, de esta manera se secaba. Evitando los consabidos caños de cocina.

Otra de las comodidades, era gozar en un improvisado fogón de carbón, donde se freía el pescado, sin dejar el característico olor en el interior. En el mismo se cocía la caldera o una panadera, dando buena cuenta al producto cogido con las redes echadas al mar en el atardecer del día anterior. Momento que las mujeres, junto los chiquillos y los más jóvenes aprovechaban para dedicarse a la búsqueda de cangrejos, almejas, pitjallides, caracolillos de tap, que darían sabor a la esperada caldera dominical. Lo hacían sin temor alguno de ser sancionados, al contrario del siglo XXI, en que nada de todo ello se puede capturar. De cada dia perdem un llençol. Vamos para atrás como los cangrejos.

Desde lo alto de aquella especie de mirador natural de la caseta, los mayores seguían con atención el movimiento de la prole, allá abajo entre las rocas, ya que como todos conocen a S'Altra Banda, se carecía de arena, para ello se usaban las sandalias de goma que se vendían como churros, auténtico placer nadar con ellas, evitando los pinchazos de los erizos y la incomodidad de andar sobre las puntiagudas piedras.

Ha sido un auténtico placer recordar todo ello. Como dice Praxedies, nuestro ayuntamiento se debería atar el cinturón fuerte, bien fuerte, para que nada ni nadie nos arrebate lo que siempre fue nuestro, si tantas huelgas se hacen por cosas que no se llegan a comprender jamás, les invito a que salgamos todos a gritar con fuerza Salvem s'altra banda. Mientras tanto, en un rincón del patio, l'avi Xec iba relatando: La caseta, la barca, las redes, lo mejor, pero siempre acompañado de s'àvia, los hijos, los nuevos hijos y los nietos. Todos ellos convertían la caseta en mansión. Llegada la noche, la guitarra, la bandurria, la buena convivencia y la armonía arrancaban unas notas cantándole a Dios por tanta felicidad.
–––
margarita.caules@gmail.com