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Te lo miras y, de pronto, te percatas de su envejecimiento. Quince años y medio constituyen para él una eternidad. Son quince años de ternura, de inquebrantable fidelidad; quince años de amistad, de bondad gratuita. Al igual que Platero, Roig es pequeño, "tan blando por fuera que se diría todo de algodón". Como de algodón es también su corazón que late ahora de forma descompasada. Hoy anda un tanto alicaído y te lo expresa con una mirada que, por triste, te incomoda. Por eso decides alumbrar la estancia con un poco de humor. En tu mano sostienes un contrato de trabajo de 1923, real e histórico, referido a las maestras de escuela de Castilla-La Mancha. Circuló hace ya tiempo por Internet y ahora lo has recuperado, curiosamente, fotocopiado, tras tu reencuentro con él en la sala de profesores del "Ramis"…

Cobraban 75 pesetas mensuales…

¿Quiénes? –te pregunta Roig-.

Las maestras de escuela de Castilla La Mancha en 1923… A cambio se comprometían, en documento escrito, a no casarse (en ese caso el contrato quedaría automáticamente anulado). Tampoco podían andar en compañía de hombres y debían estar en casa, forzosamente, entre las ocho de la tarde y las seis de la mañana…

¡Vas de cachondeo! –te increpa un Roig atónito-.

No, Roig, no… Pero espera, que aún hay más. En los puntos 4, 6 y 7 del contrato se exigía a la futura maestra, literalmente, lo siguiente: "No pasearse por heladerías de la ciudad", "no fumar cigarrillos. Este contrato quedará automáticamente anulado y sin efecto si se encontrara a la maestra fumando" y "no beber cerveza, vino, ni whisky".

¿Y si la maestra le daba al "gin-tonic"?

Pues no lo sé, Roig, no lo sé…

Y ambos estalláis en carcajadas que revolotean por el comedor, que apartan visillos, que iluminan rincones, que alejan fantasmas…

¿Y? – te ruega un Roig divertido-.

En sucesivos apartados se especificaba que la maestra debía comprometerse a no viajar en coche o automóvil con ningún hombre excepto su padre o su hermano; a no vestir ropas de colores brillantes; a no teñirse el pelo; a usar al menos dos enaguas…

¿Y si viajaba en carro y no en coche, pero en compañía de hombres? ¿Y si el hombre era su abuelo?

Las observaciones de Roig son esperpénticas, pero no tanto como las férreas normas que se aplicaban a las docentes en 1923…

Me imagino al director de la escuela –prosigue Roig- levantándole diariamente las faldas a la maestra, para comprobar si eran una o dos las enaguas que llevaba…

O midiendo la distancia entre el tobillo y el inicio de la falda, ya que en el epígrafe 12 quedaba meridianamente claro que no debían usarse "vestidos que (quedasen) a más de cinco centímetros por encima de los tobillos… Y, finalmente, la típica concepción de la mujer hacendosa, servil…¿A qué te refieres?

Las últimas cláusulas estipulaban, Roig, que la maestra tenía que "mantener limpia el aula; barrer el suelo al menos una vez al día; fregar el suelo del aula al menos una vez por semana con agua caliente; limpiar la pizarra al menos una vez al día y encender el fuego a las siete de la mañana a modo que la habitación (aula) esté caliente a las ocho, cuando llegaran los niños". No podía tampoco maquillarse, ni pintarse los labios, ni usar polvos faciales…

Y de pronto dejáis de reíros, porque, también de pronto, os percatáis de lo difícil que tuvo que ser la vida de esas mujeres en la España de 1923. De difícil y de injusta. Ambos, probablemente, os imagináis el día a día de esas profesoras con más cultura que la de quienes las sojuzgaban y que acataban lo mandado para sobrevivir… Como la vida de las mujeres sin recursos soportando los maltratos de sus esposos, como… Una España profunda semejante a esos virus letales que, tras aparentar haberse ido al carajo, permanecen latentes, esperando la más mínima oportunidad para reaparecer con toda su virulencia…

Pero no quieres que ese Roig rejuvenecido vuelva a ser ese Roig ajado de la mañana y, tal vez por ello, le espetas:
Afortunadamente las cosas han cambiado… Por lo menos algunas…

Es cierto –te contesta–.No es vano luchar por la utopía, Roig, no es vano…Aunque los resultados tarden en llegar…

En ocasiones, demasiado…

En ocasiones, demasiado…

Pero siempre acaban por llegar, Roig, siempre: la jornada laboral de los tres ochos, el voto de las mujeres…

Y ambos os miráis cerrando la conversación, en la convicción plena, íntima y serena de que tal vez sea, hoy en día (y siempre), del todo imprescindible partir en pos de nuevas quimeras. Se lo verbalizas a Roig y Roig asiente mientras la vida habita, nuevamente, en sus pequeños ojos, ahora redivivos…