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Andalucía ha pasado la Semana Santa debajo del paraguas. Los pasos se han quedado en las iglesias, mientras el agua caía y algunas lágrimas se derramaban. Los turistas, que llenan los hoteles, han descubierto ese otro espectáculo, del sentimiento, de la pasión por la tradición y el folclore y, en algunos casos, por la fe.

En Menorca ha lucido un sol espléndido, que ha iluminado unas playas magníficas, perfectas, como no se veían desde hace años. Sant Tomàs, por ejemplo, exhibe una cantidad de arena insólita en estos tiempos de escasez. Y sin embargo, todo ello es solo para nuestros ojos, porque visitantes han llegado muy pocos. Mientras en Mallorca se consuelan de la bajada del turismo nacional con la llegada de ingleses y alemanes, aquí ni lo uno ni lo otro. Antes, cuando levantábamos el muro que separaba la calidad de vida local de la presión turística, nos habría satisfecho la posibilidad de disfrutar del paisaje primaveral sin extranjeros en la foto, sin embargo ahora, acuciados por la débil actividad económica esperamos la llegada de los visitantes como agua de abril. El muro ha caído, pero la recuperación no se levanta. Quizás alguien haya descubierto que mientras las nubes barrían España, aquí, en la periferia del Estado, existe el paraíso. Y, con el apoyo conveniente, alguien podría caer en la tentación. Todo ello, antes de que busque un billete de avión por internet.