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No hablaré del desempleo sino de flores, tapas, música en vivo, acampadas, compras y celebraciones. Manifestaciones ciudadanas que experimentamos y anhelamos cada vez con más fuerza, como antídoto contra la depresión y el desánimo.

Aparte de los efectos beneficiosos para la salud de la llamada ley antitabaco (un tanto a favor del Gobierno anterior), dicha norma ha provocado un movimiento centrífugo en bares y restaurantes, expulsando a los fumadores hacia el exterior del local. Los que siguen fumando todavía, se han echado a la calle. Las terrazas se han multiplicado. Ahora que llega el buen tiempo... ¡Viva la intemperie!

Y es que hay un tiempo para cada cosa, según el Eclesiastés. Un tiempo para recluirse en casa, construir lentamente un hogar, cultivar la intimidad o protegerse de las inclemencias… pero también hay un tiempo para disfrutar de la calle, de la plaza, de los otros; del clima benigno que nos invita a acudir al ágora, para saludar o conversar con el prójimo. La soledad involuntaria resulta tan terrible, que todos huimos de ella.

No es bueno quedarse encerrado, sea por egoísmo, miedo o cárcel… Por eso, nos gusta participar en eventos sociales como ese concierto de Sergio Dalma, que nos recuerda cuando intentábamos, infructuosamente, bailar pegados.

Para dinamizar el ambiente, se proponen todo tipo de iniciativas: el Maó+Flors, el Mô de tapas, noches de verano con actuaciones musicales, visitar galeones… ¡Existen tantas ofertas en las que podemos participar!…

Tan loables esfuerzos, deben hacer frente a un panorama hostil, ya que en la situación actual, muchos se hacen la clásica pregunta de las películas de terror, cuando los sufridos protagonistas entran en la casa maldita y se van adentrando como bobos, sin imaginar lo que les está esperando. ¿Hay alguien ahí?

Europa se pregunta lo mismo. Crecen las acampadas de indignados, el descontento y la protesta frente a los recortes brutales. Pero lo peor sería la parálisis, unida a una falta de transparencia Todo el mundo sabe que la calle es de todos, y por eso nadie debería monopolizarla. También hemos visto delirios colectivos de euforia, gracias a recientes éxitos deportivos… aunque sea por mantener la categoría.

De una "dictapuraydura" no se puede ir hacia una "demolicioncracia". Si las decisiones no las toma el pueblo o sus representantes, sino unos anónimos poderes fácticos que solamente siguen la lógica del beneficio particular, perderemos el control de nuestro destino. En la obra de Calderón de la Barca "La vida es sueño" leemos los famosos versos: "sueña el Rey que es Rey y vive con este engaño mandando". No sería bueno soñar que mandamos, cuando en realidad nos limitamos a obedecer medio sonámbulos.

En cambio, la vida debería ser estar despierto (la inmortalidad, es insomnio). Abrir bien los ojos y trabajar duro. Competir como forma de superación individual y colectiva. Colaborar para llegar a las metas compartidas… para vivir, tenemos que salir a la calle.