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Junio empieza con ópera y baloncesto, que son, según Gardner, dos formas de inteligencia. Las cosas parecen fáciles a simple vista, pero no lo son. Hay mucho trabajo y dedicación tras las bonitas apariencias.

Entre los anuncios de trabajo, podría haber uno como este: "Se busca profeta. Preferentemente, de fuera de esta tierra. Sueldo a convenir". Hay empleos que van a la baja y otros que van claramente al alza, en el mercado global de la bolsa y la vida que no duerme nunca. Si sobran banqueros, constructores o políticos…faltan profesores de idiomas, programadores informáticos e ingenieros ambientales, por poner solo algunos ejemplos. Y también se necesitan profetas.

En un sentido bíblico, el profeta era aquel que recibía una revelación y hablaba a los hombres, en nombre de Dios; para ayudarles a interpretar la historia y los acontecimientos. A la luz del mensaje divino, del que ellos se desviaban fácilmente, criticaba las situaciones que veía y se metía con los poderosos. A veces era perseguido o lo mataban para no oírlo.

Pero a raíz de eso, se considera profeta al hombre que por señales o cálculos hechos previamente, conjetura y predice acontecimientos futuros. Y no me digan que no nos vendría bien, tener uno de esos.

- ¿Qué pasará? - se preguntan algunos. Bueno, yo me lo pregunto, pero si vosotros también os lo preguntáis, entonces todos nosotros nos lo preguntamos. ¿Y qué pasa con ellos?...que también se lo están preguntando.

No se trata de un adivino ni de algún estrafalario que acaricia una bola de cristal. Se trata de estar atento a las señales y los cálculos que encontramos a nuestro alrededor. Se hace una proyección y… ¡voilà! Ya tenemos el futuro que previsiblemente nos espera.

¿Quién sabe qué será del euro dentro de unos años? ¿Qué pasará con el Estado del Bienestar? ¿Jugará el Menorca en ACB?...Llamad al profeta de guardia…

No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor miope que el que no se pone las gafas. Cíclicamente nos encontramos con la extrema fragilidad de las cosas, que nos asusta y entristece a partes iguales. No hay nada seguro, cierto, inmutable. Los bancos y bankias quiebran, los partidos pierden elecciones y los clubs más poderosos pierden partidos.
Queremos un profeta cualificado que nos diga lo que va a pasar. Que nos tranquilice un poco. Que nos haga ver que la fragilidad no es mala, porque es la esencia de la vida.
Nos enseñará a agradecer tanta belleza pasajera, destinada a mustiarse con el paso del tiempo. Pero que si la llevamos dentro, no se marchita jamás. Nos dirá que construir algo (o educar) es la mejor forma de predecir el futuro, aún con todas sus imperfecciones.
El profeta nos pedirá que no lo ignoremos. Y que no temamos escuchar su voz, aunque ya esté bastante acostumbrado a clamar en el desierto.