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Al principio fue el viajero, que no era un turista. La conversión del viajero en turista se medirá por la disminución progresiva de la relación entre el que viaja y el que le acoge. El viajero encontrará su lugar entre las gentes que le acogen. El turista surge con la generalización de las estructuras hoteleras, cada vez más separadas de la sociedad que se visita. EL viajero hace lo posible para estar con y entre la población seleccionada. Para el turista no es posible tal unidad. El viajero hace lo posible para conocer las costumbres, las manifestaciones artísticas. El turista gasta poco tiempo en conocer la realidad. Se encuentra bien rodeado de otros turistas, entre los que encuentra el impulso necesario para manifestar sus críticas a la calidad del servicio o a las excursiones que ha comprado.
La atracción de lo desconocido se convirtió en negocio. Se publican las guías con la lista de monumentos a visitar, los puntos desde los que fotografiar el paisaje incomparable, los bares a visitar, etc. Al turista no le queda más que verificar la certidumbre de la información recibida.

¿En cuanto a motivaciones culturales? Pocas. Pasa unos instantes frente al monumento o la obra de arte, un poco más comprando las tarjetas postales que certifican que uno estuvo allí y con un poco de suerte unas danzas del siglo XIX interpretadas con gran ímpetu por algunos nativos.

Es una lástima que la UNESCO se haya prestado a esta operación mercantil poniendo en órbita lo de la denominación de patrimonio común de la humanidad. Para mí que un patrimonio no puede pertenecer a toda la humanidad. Se sobreentiende que es producto de una cierta concepción de la historia, una relación particular del pasado con el presente y el porvenir que todas las sociedades y los pueblos que las componen no comparten necesariamente.

Item más, para no molestar a algún estado la UNESCO se ve obligada diplomáticamente a clasificar y reconocer los méritos a obras de arte, construcciones eclesiales o de defensa, restos arqueológicos, paisajes, para que sean protegidos de la misma humanidad de la que se declara patrimonio.

La belleza de un lugar no depende solo de los paisajes. También la presencia del hombre con su capacidad transformadora forma parte del todo. Cosa que no tiene ni la UNESCO, ni el turismo organizado.