Auto correo de Mahón, Alaior, Mercadal, Ferreries y Ciutadella, frente a la parada de este último destino. ( Archivo Margarita Caules)

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Iba a empezar en directo explicando lo amargo que siempre me resultó el día después de San Juan, pero desisto, antes debo escribir otras cosas para posicionarlos en lo que representaba el mes de junio, el mes que me tocaba ir a Ciutadella, el mayor calvario de una niña "petita".

Lo habré escrito un sinfín de veces. Que más da, si lo repito, a fin de cuentas no es mentira "no hi ha por que me caiguin ses dents".

Llegado junio, se notaba un cambio importante en mi devenir, iba al colegio por la mañana y las tardes eran de vagancia, bueno, esto era lo que yo esperaba, hacer "vaguitis", pero mi madre, "bona una", no se despistaba, ni me dejaba vagar, por las tardes debía hacer la "tasca", como se llamaba a la labor que me marcaba y debía realizar.

Miren ustedes como debió ser, que hice la comunión a los siete años, y la puntilla de bolillos de camiseta, bragas, enagua, can-can iba ribeteada por la misma hecha por mí. Calculen cuantos años tendría yo cuando se me sentó frente al bolillero. Cierto que tan solo tenía dos centímetros de ancho, que era muy fácil, pero me gustaría la vieran por ser realizada por una pequeñaja, es un primor.

Mi madre siguiendo las directrices marcadas por las mujeres menorquinas, hacía la limpieza general de arriba abajo y de abajo arriba, no quedaba ni un rincón sin ser encalado, fregado con aceite de linaza, colchón picado y todo, lo que se dice todo, inclusive la funda "des matalàs" lavada, para ello venía la señora Margarita Fortuny, la "matalassera" más espabilada de cuantas se han conocido, junto a su hijo Jacinto, mano derecha de la madre, hombre emprendedor, muy trabajador que empezó en el tema cuando iba con pantalón corto.

Se decía que lo de hacer "adesada" antes de San Juan propiciaba aprovechar el tirar los trastos de la casa y ser quemados en la hoguera la víspera del 24.

Muchas amas de casa no trabajaban fuera de su hogar, pero crean que en la suya, lo hacían como auténticas jabatas. Subidas sobre la mesa de la cocina encalando los techos, las paredes, lavando la ropa de casa , después de haber hecho lo propio con la ropa de invierno que no se guardaba dentro de los armarios sin antes estar éstos súper limpios y desinfectados, algo que se cuidaba mucho.

Si a todo esto que he escrito, añadimos coser el vestido nuevo que se estrenaba en la procesión del Corpus, ya me dirán. A ella, a mi bendita madre, le tocaba ración doble, su niña, su Margariteta, debía ir a pasar las fiesta de San Juan con sus abuelos maternos, que vivían en Ciutadella, la cual cosa significaba restaurar la ropa del año anterior, no iba a comportar no fuera adecuada, sabedora que al abrir su maleta la familia observaba como llevaba aquella mujer que ocupaba el puesto de su hija fallecida, a la nieta de Mahón. "Vet aquí" que la maquina Singer sacaba humo. Un par de enaguas, dos vestidos, un "bavarall", y un albornoz. Se suponía que la niña iría a nadar a Sa Platja Gran, a un tiro de piedra de los aparceros de Son Tari que vivían en la calle República Argentina.

A todo esto, vestidos, ropa interior nueva, sandalias blancas nuevas, bañador, lazos para las trenzas, e incluso aquella vez , el de la motora al pasar por la Casa de las Medias de la Ravaleta junto a la pastelería Adrián, observó en el escaparate un bolso para niña en color rojo de un material muy brillante, llamado persiglás.

Ni aun así, mis padres, lograron ponerme de buen humor, para esta servidora, representaba una amargura. Muchos no lo comprenderán, pero era lógico, al cabo del año los veía en contadas ocasiones, por supuesto que me querían mucho, hoy que soy abuela lo comprendo a la perfección, pero en aquel entonces no podía comprender, que hacía yo allí sin mis padres. Algunos años habían venido, pero resultaba imposible, era el momento que todos querían tirar la embarcación al mar, y para ello el motor debía estar a punto "i en Gori, anava fora fulla".

El auto correo "es cotxo de punt" salía desde la Plaza Príncipe, después lo hizo desde la Miranda y en mi recuerdo vago, en la Ravaleta más o menos frente a la actual farmacia Félix y la peluquería de caballeros Ca'n Gomila. En lo alto del auto un portaequipajes que ocupaba el largo y ancho del mismo con una barandilla de no sé cuantos centímetros, treinta, cuarenta, no sé, el recadero iba colocando las maletas, cestos, cajas de cartón conteniendo vestidos confeccionados por modistas mahonesas, a veces jaulas y cajas de madera. Una vez que estaban puestas de manera segura, las cubrían con una lona de grandes dimensiones, atada por gruesas cuerdas.

Barceló, el recadero, "com si el vegi", subía y bajaba la estrecha y empinada escalerilla que iba cogida atrás del coche hasta llegar arriba. Ya lo he dicho en otras ocasiones, lo de tener que entregar mi equipaje dejándolo en manos de otros y pensar que podía caerse durante el recorrido era un pesar.

Mi padre hacía todas las recomendaciones habidas y por haber al chófer, un joven muy alto, muy apuesto, parecido al de la película que aquel pasado sábado había visto en el cine Actualidades, de la calle Virgen de Gracia. Le llamaban Berto Cardona, esto lo supe tiempos después en que él disfrutaba burlándose, recordándome estas cosas, riéndose de mí.

Con la puesta en marcha a una vuelta de la manivela, no se le había incorporado el arranque tan beneficioso para todos, a paso de tortuga bajaba frente la iglesia del Carmen, Arravaleta, calle Nueva, frente Ca'n Rosello, subiendo por la de San Roque y la empinada Arrabal, una semi parada frente el fielato, el chófer le decía… "no hi ha res" a lo que el fielatero respondía con un golpe en la puerta, significativo de adelante.

Me gustaba ver el campo con sus vacas, sus corderos, alguna mula. Al acercarnos a la vivienda de Ca'n Matas, de haber gente esperando, hacía una parada subiendo los pasajeros, gentes de aquellas cercanías que les resultaba más práctico a la vez que cómodo, y el conductor no ponía ninguna pega, ni tampoco las reglas de circulación.

Para mí era un privilegio, siempre me sentaban delante, todo el panorama a mi alcance. En la plaza del Ramal, se paraban, apeándose algunos y subiendo otros. Barceló aprovechaba para ir a hacer algún recado cercano, pero antes me decía con cara seria, muy seria… "no et moguis d' aquí per res", entregándome un trocito de regaliz que momentos antes había cortado de una barrita envuelta en papel de celofán que decía Zara. Solía comérmelo a regañadientes, la glotonería me ganaba, ya que mi madre me tenía advertido que jamás comiera nada que me entregaran personas ajenas a la familia. Mas no se iba a enterar…

Nuevos pasajeros y hacia Mercadal. Lo más bonito del recorrido, contemplar el "indio" de piedra como indicativo que llegábamos a la pastelería Villalonga. Aquella parada si merecía la pena. Tampoco bajaba de mi sitio, pero tras un rato de espera, Barceló me daba dos bolsas, adquiridas con los tres duros que Gori le había entregado, para que comprara una bolsa de "amargos" y otra de "carquinyols" para mis abuelos. La tentación era mayúscula y despacito, como intentando evitar ruidos innecesarios, probaba de cada una de ellas.

Al llegar a Ciutadella, desde bien lejos Dolfo Vilafranca que había hecho el relevo con Berto frente a Cas Sucrer, me llamaba la atención: ¿Que el veus a s'avi, assegut as Molí". ¿Cómo no iba a verlo?, tan enorme con su sombrero mohicano…

Todos intentaban que lo pasara bien, a pesar de ello, lloraba a borbotones, me añoraba tanto, principalmente la segunda fiesta de San Juan, en que mi tía Guida, mi tabla de salvación, partía con los suyos y unos primos de su esposo, En Toni Soliveras, llegados de Barcelona, con dos hijas, a pasar es dia "a fora", en barca.

Con tan solo ver los preparativos y los desprecios que me hacían las catalanas, dejándome en tierra, ya no les digo más. Es día de Sant Joanet, para mí, era nefasto.
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margarita.caules@gmail.com