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Vargas Llosa nos pide una reflexión sobre la cultura y el espectáculo. Habla de la pérdida de referentes y de cómo la cultura sucumbe a las modas que venden los éxitos efímeros, basados en las leyes de estos mercados que animan la crisis.

Lo cierto es que la crisis necesita del espectáculo. El mejor ejemplo es el fútbol. Los momentos de euforia permiten colgar la bandera en el balcón, mientras las penurias se guardan en el interior de la casa. Por otra parte, la cultura es víctima de los recortes "imprescindibles" en aras de la austeridad que ha de salvar el estado del bienestar. A largo plazo, claro.

Sin embargo, existen los guardianes de la cultura y no me refiero a los grandes escritores como él, sino a los voluntarios, a bordo de colectivos convertidos hoy en ONGs, que preservan la expresión cultural del riesgo de exterminio. En esta Isla, los amantes de la música, que todavía organizan los festivales clásicos o de jazz, son un buen ejemplo. Se ven obligados a prescindir de lo más espectacular de otras ediciones, pero consiguen mantener el ciclo de conciertos, lo que representa algunas ventajas, como la de contar con intérpretes próximos. Así, esa cultura que se ha cultivado durante años, fruto de la sensibilidad personal, en principio, familiar y colectiva, después, puede mostrarse con orgullo.

Muchos se quedarán con la Eurocopa. Algunos apreciarán las cosas buenas que tiene la cultura.