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"Hoy es un día triste para el deporte menorquín". De esta manera empieza el comunicado redactado por el presidente del Menorca Bàsquet en el que ayer hacía pública la disolución de un club con 62 años de historia. Un hecho que, pese a los últimos y desesperados intentos por encontrar una salida, ya se intuía como inevitable. Un abatido Benito Reynés apuntaba que la responsabilidad del aciago final al que se ha llegado "es algo de todos" y de la profunda crisis económica. Sin embargo, no dudó en señalar directamente a las instituciones de tener poco interés en el proyecto, pero también apuntó a la masa social y al sector empresarial. Sin embargo, también ha faltado un ejercicio de autocrítica sobre cómo la entidad ha gestionado el éxito desde el primer ascenso a la ACB.

De todas maneras, es cierto que con la desaparición del histórico club, la Isla pierde una plataforma de proyección nacional e internacional. Además, cabe cuestionar si el reparto del presupuesto del Govern destinado a deportes es realmente equitativo, sobre todo si se compara con el coste que supone el mantenimiento de algunas instalaciones de Palma.

Durante años, el Menorca hizo realidad un sueño del que han disfrutado miles de personas. Es la parte positiva y el consuelo que nos queda.