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Dicen que la nostalgia es una de las características más notorias de nuestra época. Abundan las emisoras de radio que emiten canciones de otras décadas "más felices", se reciclan viejas maneras de vestir, y los elementos que ayer se descartaron vuelven hoy a resurgir, con aspectos más coloridos y adelantos tecnológicos de por medio. Un año atrás me encontré con una amiga a la que no había visto durante mucho tiempo y aproveché la ocasión para conversar sobre el rumbo que habían tomado nuestras vidas desde nuestra época anterior. Inevitablemente la charla desembocó en los buenos recuerdos de aquellos tiempos pasados que jamás volverán a repetirse. Con esta mezcla de emociones, fuimos arrastradas por la nostalgia a verbalizar la frase más triste que un ser humano puede decir: "todo tiempo pasado fue mejor". Luego, algunos meses después, otra amiga me llamó para contarme su decepción por el trato recibido en cierta empresa que acababa de dejar, concluyendo su queja con las siguientes palabras: "¿Sabes lo que ocurre? Allí invertí los mejores años de mi vida".

Estas experiencias, y otros diálogos que mantengo habitualmente con personas de diferentes edades, me hicieron caer en la cuenta que una de las mayores amenazas para el progreso y la maduración de una persona es considerar su vida actual solo a la luz de los acontecimientos positivos aislados de su pasado, dejando en segundo plano el contexto en que se llevaron a cabo y anhelando revivir esa época "color de rosa". Es cierto (aunque no en todos los casos) que nuestro desarrollo como seres humanos goza de un período de aparente libertad en cuanto a responsabilidades y compromisos en la vida social (etapa que en nuestro tiempo se extiende mucho más allá de la pubertad). Pero el hecho de estar "enrolado" activamente en los requerimientos de la vida adulta no es ninguna excusa para sentirse fracasada o "esclavizada". Todo lo contrario: se abre un camino único hacia la proyección, la afirmación y la realización del ser interior. Dios dice en la Biblia: "Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Me hallarán cuando me busquen, si me buscan de corazón" (Jer. 29.11, 13).

Los mejores años son aquellos en los que decidimos experimentar la verdadera satisfacción que produce felicidad y claro sentido de pertenencia, que es ver a Dios en nuestras vidas a través de momentos, enseñanzas y sueños compartidos de los seres que nos acompañan en el camino y amamos.

¡Acaso no pudiera ser fascinante el deshacernos del melancólico borrador de la vida pasada ¡que ya se fue y no volverá!, como si fuera un vestido que ya no necesitamos y hacerlo a un lado y con la libertad de abrir con animo una nueva puerta para salir al encuentro del proyecto más fabuloso del resto de nuestra vida: ¡Vivir en plenitud el hoy… para construir nuevos mañanas…!

Por lo tanto, amigo y amiga lector y lectora de este 'bon dia' ¡disfruta tu presente! Y deja atrás la melancolía de lo que quisiéramos que fuera… y no lo es o de lo que fue y ya no es. El hoy y solo el hoy es lo que le importa a Dios.