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El alcalde ofició, impertérrito, aquel extraño matrimonio. Él dijo "sí". El "Iphone", desde su pantalla multimedia, dijo "sí"… Ambos salieron de la sala de plenos, unidos para la eternidad, aunque, por razones obvias, sin haberse cogido de las manos…
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Él estaba decidido a echarle valor a la cosa. Un "alprazolam" ayudaría, sin duda, a vencer su insalvable timidez. La adoraba. Ella llegó puntual. Él, con cuarenta minutos de anticipación, dispuesto a familiarizarse con la cafetería. Educado en un ambiente conservador, quería seguir los trámites habituales: rogarle un "sí", entregarle el anillo… ¿Tartamudearía? ¿El discurso preparado era el adecuado? Tras el saludo de rigor ella dejó sobre la mesa su "iphone". Él inició la petición de mano de manera torpe: "¡Hace calor!" –espetó-. "Espera" –le contestó la muchacha mientras manejaba con extrema habilidad aquel prodigio de la tecnología-. "38 grados, exactamente". Las cosas no empezaban bien… "He escogido esta cafetería…" –prosiguió él-. "Fue fundada en 1846 y es una de las más antiguas de Europa" –contestó la chica tras un rápido viaje a "Google"-. "Verás, deseaba decirte que…" –continuó mientras arreciaba en él su impericia e inseguridad-. "Existen más sinónimos del verbo "desear" de los que puedas suponer… Entraremos en la "rae"… ¡Ya verás, tío…!" Y él iba viendo, efectivamente… "¿Te gusta Santorini?" –le consultó-. ¡Santorini! El lugar que iba a proponerle para pasar un par de semanas… "¿Santorini? ¡Mira!¡Mira que imágenes! ¡Y es que este puñetero Iphone!" "Estoy nervioso… Verás…". Y ella prosiguió con los balbuceos de él: "Hay un libro de autoayuda excelente al respecto… ¡Aguarda! Accederé a la página "web" de la "Casa del Libro" y…" Él decidió enmudecer. El silencio pululaba por los rincones del bar, en los que brillaban lucecitas de móviles, casi tocaba a lucecita por consumidor. En una mesa, dos adolescentes, pegaditos el uno al otro, se hablaban curiosamente a través de sus móviles. Él seguía sin saber como proseguir. Ella aprovechó la pausa para acceder a su cuenta bancaria y a su correo electrónico. "Ese Paco es un pesado…" –susurró-. Se despidieron mientras la tarde, cálida, olía ahora a azufre… Habían estado corporalmente muy cerca, habían estado muy lejos… La misión no había resultado y él no era, a fin de cuentas, Tom Cruise… "Por cierto, ¿qué querías decirme?" –le inquirió ella en el adiós-. "Nada –respondió él, cabreado-. "Ya te mandaré un "e-mail"…
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En su sueño posterior se veía contrayendo matrimonio con un teléfono móvil. Al despertar recordó su intento de la tarde anterior. Pero, visto el fiasco, a él, como a Bogart, le quedaría siempre su querencia y a ella, naturalmente, su espectacular Iphone…