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Podemos ser enemigos de lo estridente, de todo aquello que pueda alterar nuestros sentidos, pero un excesivo silencio no es del todo tranquilizante. Yo no sé si es debido al eco que perdura de las finalizadas Olimpiadas, al tintineo de las medallas que todavía resuenan en nuestras mentes, o que alguien ha decidido, como aquellos legendarios encuentros entre el jefe indio apache y el comandante rostro pálido, fumarse alguna pipa de la paz o darse solo cuatro caladitas. Pero sea como sea, las noticias económicas, sobre todo las peores se han tomado su agosto y se han ido de playa, la prima de riesgo, la de ese señor al que nadie conoce porque no se lo han presentado como es debido, pero al que tanto se le teme, también andará de picos pardos y practicando el surf en las crestas más altas de nuestras incertidumbres. Temo los silencios porque su mutismo siempre es elocuente, más que cualquier discurso de los mejor preparados y sobre todo, temo a esos silencios cuando son más largos de lo habitual, esos que los ves comenzar pero que jamás sabes hasta dónde van a llegar y cuándo van a acabar. Tengo un grano de arena en el ojo y me molesta un montón