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En verano, las ganas de perder varios miles de gramos para lucir bien a la hora del baño compite, lucha, se estremece en la pugna con los helados, las barbacoas, los refrescos azucarados y las comidas opíparas de fiestas y similares. Mantenerse en un peso ideal no es solo una cuestión de estética, la salud también agradece la ausencia de lorzas. Pero, ay, la complejidad de resistirse al cornet o a la chistorra recién asada no es menor. La estructura administrativa de la cosa pública lleva años sin hacer caso a las advertencias de sobrepeso, y adolece de una obesidad mayúscula. La voracidad de los partidos a la hora de crear sillas en las que colocar a sus propios y allegados ha derivado en una red de despachos insostenible. Ahora, como se pudo escuchar en el Foro Menorca Illa del Rei, quienes no dependen de esta gran oficina de colocación política apuestan por una dieta salvaje, que pasa por reducir el número de municipios y cargarse, por ejemplo, las diputaciones. Para ello, la receta idónea es el consenso, y consenso existe prácticamente en todos aquellos colectivos y personas que no dependen del dedo del secretario general del partido. Pero claro, en democracia deciden los partidos, y los partidos no cambian aquello que les perjudica, aún sabiendo que sería lo óptimo. Atacar en serio esta cuestión sería una buena ocasión para que los partidos demostraran que han cambiado, que se han dado realmente cuenta de que es tiempo de acelgas y pechuga a la plancha.