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Bartolomé, le llamaban Tolo, era un hombre sencillo, nacido en Mahón. Se ganaba la vida con una pequeña barca heredada de su padre, dedicándose a la pesca. Con ella obtenía unos pocos dineros para mal vivir, y mantener a su esposa y a su único hijo varón.

Apenas sabía leer y escribir. Todo el mundo le conocía por su bondad y su carácter trabajador. Guardaba su humilde barca y aparejos de pesca en un habitáculo, que hacía las veces de vivienda y almacén, situado en el puerto de Mahón, en una zona cercana donde acababan de instalarse, un grupo de amantes a la navegación, creando un club para disfrutar de su afición.

Mahón, Menorca, en aquellos tiempos, comenzaba un lento despertar hacia la actividad turística. En aquellos veranos, empezaban a llegar forasteros atraídos por la belleza de la isla y de sus playas. La ciudad y los pueblos, iniciaban un cambio. En el puerto de Mahón se apreció una notable renovación de actividad. La de Tolo, se hizo cada vez más complicada y penosa. Las autoridades de aquellos años, tomaron decisiones e hicieron cambios, que entorpecían enormemente su trabajo. Ya no podía sacar su barca cuando le convenía, ni le permitían reparar las redes de pesca delante de su casa. Incluso, se efectuaron algunas obras que le impedían la salida directa al mar, de modo que, para sacar su embarcación, tenía que dar un largo rodeo hasta llegar a un cómodo varadero. Todo eran dificultades y complicaciones. Intentó protestar, pero nadie le escuchó.

Debo cambiar de trabajo – pensó – Esto ya no tiene futuro, se dijo así mismo. Dicho y hecho. Vendió la barca y sus aparejos, y con lo poco que le dieron, acondicionó y blanqueó su casa, arregló la cocina e hizo mas grande la puerta de entrada. Compró unas sencillas mesas con sus sillas y unas sombrillas para guardarse del fuerte sol del verano. Y por último puso un bonito, pero sencillo letrero, en color azul cielo sobre el blanco de la fachada, que anunciaba su nueva actividad: "Bocadillos y comidas caseras. El Merendero de Tolo".

Lo que daba, era tan rico, y los bocadillos tan grandes y sabrosos, que pronto se corrió la voz. Desayunos comidas y cenas, se convirtieron en lugar de encuentro de mahoneses, visitantes y turistas. Tolo y su esposa Enriqueta – Queta para los amigos – desplegaban con alegre simpatía, un gran trabajo. En poco tiempo, ampliaron el negocio, adquiriendo el local colindante, mas mesas y sillas, empleados, luces, música ambiental y en vivo, y toldos para su buena terraza. Mejoraban y ampliaban permanentemente la oferta de bocadillos y comidas. Y sobre todo, repartían amabilidad y simpatía, atendiendo con un gran afecto a todos los clientes. El trabajo, en el merendero, les absorbía por completo.

No quiero que nuestro hijo, sea un ignorante pobre pescador –pensaron Tolo y Queta. Ahora que ganamos dinero, queremos que estudie y sea un hombre culto y tenga otro futuro, distinto y mejor que el nuestro.

Renunciando a su compañía y vida en familia, desde la niñez le enviaron a colegios en lugares lejanos. Aprendió idiomas. Universidades famosas, donde el muchacho, estudió economía y otras ciencias, para terminar con un máster de los más importantes. Finalmente, se dedicó a la política.

Entretanto, la actividad de sus padres, fue frenética. Todos conocían este lugar de excelentes bocadillos y buenísimas comidas caseras. El puerto se transformó, en lugar de encuentro, paseo y fiesta. Se cerró al tráfico rodado, y las gentes, tanto menorquines como visitantes de la isla, acudían en masa. En casas y locales cercanos al merendero de Tolo y Queta, se establecieron otros nuevos restaurantes y tiendas. El negocio de Tolo y Queta, era el mejor, el más cuidado, el que mejor trataban, por calidad y atención, a todos los clientes.

Pasaron los años, y aquel muchacho, convertido en hombre, bien formado y culto, regresó de visita a Mahón. Al llegar al viejo almacén del pescador, quedó asombrado de la vistosidad del lugar. Luces, música, camareros y actividad entusiasta.

¿Os habéis vuelto locos, padres? – les dijo - ¿Es que no sabéis lo que está pasando? ¿No leéis la prensa?. ¡La crisis, está ahogando al mundo desarrollado, y vosotros con este despilfarro! Tenéis que reducir, quitar gastos, si no, vendrá pronto la ruina.

¿Televisión?, ¿crisis?, ¿periódicos?. Mira hijo, - contestó Tolo – tu madre y yo, no hacemos otra cosa que trabajar, y el poco tiempo que nos queda, lo dedicamos a pensar cómo mejoramos el negocio, y a descansar unas pocas horas al día. No tenemos tiempo para nada, y nada sabemos de lo que pasa en el mundo. Estamos dedicados absolutamente al merendero.

De inmediato, Tolo y Queta, siguiendo las observaciones de su instruido hijo, rebajaron el tamaño de los bocadillos, quitaron cantidad y calidad a platos y bebidas, suprimieron gran parte de la iluminación y la música, subieron los precios, incluso, apenas regaban las hermosas jardineras que rodeaban la terraza, y que con tanto mimo cuidaba Queta, para que estuvieran vistosas y con flores. Pronto éstas, se marchitaron y quedaron rodeadas de colillas. Cortaron todos los gastos que pudieron y rebajaron la calidad. Efectivamente, los clientes empezaron a escasear. Ya no acudían aquellos grandes grupos de amigos y familias que tanto les gustaba el Merendero de Tolo. El ambiente, se volvió sombrío y rancio, y la crisis, dejó ver su peor cara. Los autos, volvieron a circular, y aquel lugar tan bello que era el puerto de Mahón, perdió su encanto y el buen ambiente. Las gentes no paseaban, y el Merendero de Tolo, dejó de ser el mejor lugar del puerto. Su hijo marchó a sus labores políticas, lejos de Mahón.

Tolo y Queta, entraron en una mala época. Monótona, sin ilusión, plena de tristeza y melancolía. Menos mal – se decían entre ellos dos – que nuestro hijo, leído, estudiado y culto, llegó a tiempo de advertirnos de esta terrible crisis. Hay que ver cuánto se está notando y cómo la estamos sufriendo. ¡Qué hubiera sido de nosotros si no nos avisa a tiempo!