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Por supuesto me preocupa nuestra cohesión como Estado de Derecho, cuando comienza el curso político con claros síntomas de debilidades y amenazas.

En Cataluña se prepara una Diada con recriminaciones, que pueden perder valor por las formas en que se exijan y sin el menor atisbo de acto de contrición declarado en paralelo. ¡Cuidado con la interpretación de las palabras aunque se refieran a «la Ramoneta»! Me acuerdo de aquella frase de Churchill: «Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema». Necesitamos muchas cosas menos fanatismos, en estos momentos.

Dos adelantos electorales se mueven entre el entreguismo y el riesgo. No sé dónde se quiere llegar en el País Vasco, donde el largo juego de concesiones –especialmente del Tribunal Constitucional– y la desunión entre los dos partidos mayoritarios, propician el asalto al poder del odio y la descomposición. Las de Galicia, constituyen un verdadero test de alcance nacional y se pone en riesgo una mayoría que ha dado a la Comunidad estabilidad no solo política sino, incluso, económica.

Todo son síntomas de una debilidad latente, cuando más unidos deberíamos estar. Porque en el exterior no nos lo pondrán fácil y no me refiero solo al Banco Central Europeo. En Afganistán no nos esperan tiempos de bonanza tras la salida de italianos y belgas; en nuestra frontera del sur, la presión puede agravarse, aunque muchos nos preguntemos ¿saben estos subsaharianos a dónde van? En resumen, ante las debilidades de cohesión, siempre habrá quien se aproveche, llámese frontera, llámese petrolera, llámese nacionalización, llámese prima de riesgo.

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Mientras, los partidos políticos siguen acaparando el centro de nuestra vida política: comités federales, «rodieznos», descalificaciones constantes, amenazas de «otoño caliente» en la calle. Solo nos falta quemar edificios históricos como en Atenas o asaltar conventos de frailes como ya hicimos en otros siglos.

Me pregunto –nos preguntamos muchos– cómo han conseguido afrontar la crisis económica países como Alemania y cómo consigue ésta cohesionar dieciséis « länder» –casi las diecisiete autonomías nuestras– con eficacia. Y no hablo de un país con larga tradición y carácter unitario. Hablo de una Alemania que se dio una Ley Fundamental provisional en 1949 y que en 1990, variando solo el preámbulo y su artículo final, permitió absorber a los cinco estados que formaban la DDR, la República Democrática de corte comunista disuelta tras la caída del Muro de Berlín.

¿Cuáles son las claves de la diferencia respecto a nosotros? En mi opinión dos. La primera se apoya en la división de poderes, especialmente del Judicial respecto al Ejecutivo. La segunda se refiere al funcionamiento y composición del Bundesrat o Consejo Federal a través del cual se institucionaliza la participación de los 16 estados federados en la legislación y Administración estatal. A diferencia –no solo de nuestro Senado sino también de los senados de otros estados federales como Estados Unidos o Suiza, sus miembros no son elegidos por sufragio universal, sino por los propios estados y su número –mínimo de tres y máximo de seis– es proporcional al de sus habitantes. En el Bundesrat los intereses de los «länder» prevalecen siempre sobre los de los partidos . Es decir, el bien general queda por encima del bien particular. Me recuerda el modelo de elección por distrito que rige en Inglaterra. El distrito paga los viajes, las dietas y los gastos generales del diputado que elige y le exige, en consecuencia, que le represente y le defienda por encima de la disciplina de partido.

Todo esto lo sabemos y todos sentimos la necesidad de reformar nuestras estructuras políticas donde prima la partidocracia. En la cultura alemana no habría hecho falta que un presidente de comunidad acusase al de otra de «tener mucho morro». Hubiera discutido los fondos de solidaridad en un marco parlamentario. Son miles los correos electrónicos que denuncian sueldos, gastos, beneficios de nuestra clase política. ¡Y nadie se apresta a afrontarlo! ¡Cómo si la crisis económica absorbiese todas nuestras capacidades y energías ! No queremos ser conscientes de que para afrontar los problemas económicos, es vital una base social fuerte, consolidada, valiente y sufrida. Valiente y sufrida la tenemos. Vivimos entre testimonios diarios que se asemejan más al milagro que a la realidad. Es solo cuestión de que alguien llegue a esta sociedad, la consolide y la haga fuerte. ¿A qué esperamos? Será cierto –diría Churchill– que «el fallo de nuestro tiempo consiste en que los hombres no quieran ser útiles, sino importantes». ¿Nos volvemos imbéciles ante seis cámaras de televisión ?

He recurrido a Churchill porque supo manejar a su pueblo en circunstancias de grave atentado a su integridad. Pero para pedir «sudor y lágrimas» hay que dar ejemplo, hay que impulsar desde arriba, hay que –la palabra bien lo comprende– liderar. ¿A qué esperamos?