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Hoy es uno de esos días que invita a meditar, el viento sopla fuerte y algo frío, que no importa después de tantos caniculares y asfixiantes días pasados. Las nubes se aglutinan en el cielo con tonalidades que van del blanco al negro pasando por varios tonos de gris, y el silencio después de los ajetreados meses de verano en que me han visitado mis hijos que viven fuera de Menorca con sus niños, flota en este momento en el ambiente.

Y en la meditación aparece la palabra mágica Aprender.

El aprendizaje es un proceso constante que no para mientras dura la vida, al principio cuando era pequeña pensaba que solo en la escuela aprendía cosas; que era el único sitio (según mi apreciación) donde tenía cosas que aprender y pensaba que una vez acabada la escuela las lecciones terminarían, que las traducciones de latín de mi padre (gran amante de esa lengua) y que yo tanto aborrecía acabarían para siempre y sería libre para poder moverme como una veleta hacia donde me dirigiera el viento sin preocuparme de aprender nada más. ¡Qué equivocada estaba!

Y además a que triste destino me estaba condenando sin saberlo, no obstante aunque yo pensara de esa manera no tenía nada que temer. El proceso de la existencia llamado vida, se iba a encargar de que yo siguiera aprendiendo de una manera tan sutil que ni siquiera me diera cuenta que lo estaba haciendo.

Así aprendí que sonreír y reír es mejor que llorar, aunque a veces las lágrimas son necesarias; aprendí que no todo en este lugar de existencia llamado vida es bueno y dulce y sin embargo, esos momento amargos son necesarios para disfrutar aun más de los momento dulces y alegres.

Aprendí que es mejor hacer amigos que estar solos aunque de vez en cuando la soledad es refrescante. Aprendí a triunfar y aún más difícil de aprender (es más creo que aún sigo haciéndolo) a fracasar, porque el fracaso es parte del éxito. Aprendí lo dolorosa que puede ser una caída pero también me enseñaron lo gratificante que es levantarte de la misma sin importar cuanto tiempo pase desde que caes hasta que te levantas.

Me enseñó la maestra vida a reír con los niños y a reír como ellos, sin motivo ni razón aparente gozando solo de la risa misma, a gozar de lo que tengo al máximo ya que puede que no lo tenga todo el tiempo, así que hay que gozar de amigos, padres, hermanos, hijos, tíos, abuelos, nietos, días libres, mascotas, porque no es seguro que nos acompañen a todas partes ni permanezcan siempre con nosotros.

Y aunque la vida es la mayor parte de las veces una tutora cruel, brutal e insensible, se las ingenia para ser tan dulce como una madre y tan cálida y acogedora como una tarde en la playa.
Y las lecciones aún no terminan, cada día me enseña algo nuevo; cada día hay algún nuevo aprendizaje y parece que cada día las lecciones son más duras y crueles pero las recompensas también son más grandes y gratas. Creo que la vida nos enseña según lo que hemos asimilado de sus lecciones, nos pone pruebas según lo que sabemos y según aprobamos o suspendemos así es la siguiente lección que dispone para nosotros.

En fin ya me voy, es todo por el momento. Debo despegarme de aquí porque quizás más allá de este momento me esté esperando algo, un algo que quiera la vida mostrarme y no sé si es cruel y áspero o mejor hermoso y sutil. Sea como sea no quiero perdérmelo…