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Nadie puede dudar que Eriguren es un nombre cien por cien vasco. El más simple test de ADN lo detectaría sin duda alguna. Su nombre es Jesús y después de permanecer 32 años en la política de Euskadi abandona.

Viviendo cada día rodeado de escoltas, siendo objetivo de ETA y también de las críticas del PP por haber negociado con la banda, viendo cómo amigos íntimos han caído por efecto de las balas y no de los votos, ahora, cuando el riesgo de ser víctima se ha reducido, casi eliminado, al suspirar por su retiro voluntario, este vasco, endurecido con el tiempo, dice que no puede reprimir las lágrimas y llora por cualquier cosa.

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A menudo, a las personas las convertimos en personajes. Las vemos en escorzo, en presencias volátiles en los informativos, en el centro de la polémica y, a veces, como testigos de excepción en un reportaje. Sin embargo, las lágrimas de Eriguren no me parecen de cocodrilo, sino la reacción lógica de quien ha soportado la presión de vivir en la frontera, intentando que se acabe la violencia terrorista, y que se siente liberado de una tarea que le ha consumido, aunque concluya con éxito. Nadie le concederá una medalla, ni los suyos.

Este vasco se merece un buen documental y puede que sea el que ha realizado Ángel Amigo, "Memorias de un conspirador". Quizás alguien le reconozca que su longeva vida pública ha valido la pena y que se ha ganado la supervivencia.