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Imagino que muchos de ustedes, al igual que yo, están hartos, cansados, agotados de escuchar malas noticias. Los momentos para la sonrisa son más bien escasos y el bombardeo mediático sobre una situación terrible que va ir cada vez a peor parece no tener límite. Llevamos viviendo demasiados meses al borde del precipicio, muchos ya han caído, hay personas en este país que pasan literalmente hambre, organizaciones como Caritas luchan de forma titánica para combatir, entre otras muchas cuestiones, la malnutrición infantil.

Con este panorama es normal que se presenten muchos días en los que no nos apetece levantarnos de la cama. La depresión y la resignación sobrevuelan demasiado cerca y es fácil sentirse tentado por el sentimiento de fracaso y la rendición.

Pero de vez en cuando se nos brinda una lucecita de esperanza. La última que me llegó vino de mi amiga Irene, una madrileña con alma de africana que comparte charla y espiritualidad con sus alumnos de Yoga y sonrisas y amor con sus amigos, aunque a veces invierte los términos y despliega sus virtudes sin distinciones porque es una excelente comunicadora.

En una tarde de Tramontana, galletas y tes, Irene me contó una pequeña historia que dentro del dolor que encierra me hizo recuperar un aliento de futuro.

Ella es la impulsora de una pequeña asociación cultural, Yeredemé África, que ha centrado su labor en Mali trabajando con las mujeres y los niños. En sus viajes por el país africano ha visitado País Dogón, una región de Mali fronteriza con Burkina Faso, donde conoció a Harouna, un personaje importante dentro de su pueblo que además de trabajar la madera se dedica a ayudar a la gente más necesitada de su barrio.

Hace unos meses Irene recibió un mensaje estremecedor de Harouna: la gente del pueblo de Endé se estaba muriendo de hambre y le pedía ayuda. Necesitaban urgentemente sacos de mijo y arroz para paliar la hambruna. Cada saco de 50 kilos cuesta aproximadamente 23 Euros, así que Irene puso en marcha sus contactos a través de las redes sociales para intentar recaudar algo de dinero y ayudar a su amigo Harouna y a sus vecinos. La respuesta fue increíble: en poco tiempo consiguió recaudar más de 2.000 Euros y enviarlos a Endé. Pero lo significativo de la historia es que la mayoría de las aportaciones eran de veinte, treinta o cuarenta euros, es decir, de personas a las que igual que a ella no les sobraba el dinero, pero que por solidaridad, por amistad y por amor con mayúsculas ayudaban a otras personas que estaban aún más necesitadas que ellas.
A veces el ser humano saca lo peor que tiene dentro. Otras, en cambio, brota algo mágico e increíble que nos permite recobrar la sonrisa dentro del sufrimiento. Puede que entre tanto ruido, entre tanta histeria, entre tanto miedo, tanta manipulación y miseria nos encontremos con alguien que sin buscarlo nos diga algo bonito.

Algunos pensarán que es muy poca cosa alegrarse por una muestra de solidaridad entre los pobres y los muy pobres, pero si a uno solo de ustedes, queridos lectores, le anima o conmueve esta historia como me ha sucedido a mí, les aseguro que este artículo habrá cumplido su objetivo con creces. Así que gracias Irene, de todo corazón.