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Siento admiración y cercanía hacia esos restauradores menorquines que, estando como está el sector empresarial, al contrario de dejarse abatir, sacan su casta, su coraje de empresarios vocacionales que sienten como parte de su vida sus negocios de hostelería y son capaces de llevar adelante la tercera Mostra de Cuina Menorquina.

L'Associació de Restauració de Menorca de CAEB, según pude leer en "Es Diari", jueves 13 de septiembre 2012, ha conseguido aglutinar en esa muestra de cocina menorquina a 32 restaurantes.

En la fotografía que gráficamente acompaña el reportaje de Sia Pons, aparecen Josep Fortuny, Francisco Carrasco y Luis Anglés del CAEB, con Francisco Carrasco como presidente de esta necesaria asociación, presidiendo el evento en los momentos de dar a conocer a la prensa los actos de la tercera Mostra de Cuina Menorquina.

No sé hasta donde el éxito que merecen les acompañó. Pero de lo que no tengo duda es de lo mucho que les debe a estos restauradores menorquines el legado de nuestra genuina cocina. Esa honrada y peculiar gastronomía que se empezó a forjar en una isla en medio del Mediterránea occidental, principiando su devenir en momentos de penuria, con el cruel imperativo de lo que debía ser terminarse antes la comida que el hambre. Pero precisamente, de aquellas necesidades surgieron verdaderas obras de arte culinarias que hoy se conservan y gracias a estos hombres, se potencian. Es verdad que de una gastronomía de subsistencia han nacido casi siempre las mejores recetas.

Bienvenidos sean los restauradores como Francisco Carrasco Luis Anglés o Josep Fortuny y los que forman y conforman CAEB, que trabajan, a pesar de las dificultades, para que Menorca no sólo no pierda si no que potencie sus señas de identidad de una culinaria que honra nuestra historia gastronómica y la de quienes crearon desde la singular salsa mahonesa al humilde 'oliaigua', para que más tarde, al rebufo de tiempos mejores, asombraran al mundo del buen yantar con la caldereta de langosta, que en puridad es un oliaigua ilustrado. Dicen quienes lo saben que cuando probó este manjar el mismo rey don Juan Carlos, se entusiasmó.

Siento decirlo, pero me resulta desalentador que las distintas administraciones no aporten ayudas a estos actos, aunque fueran en estos momentos más testimoniales que otra cosa. Pero por lo menos que los organizadores sientan el aliento del apoyo administrativo. Siempre he pensado, y mantengo esa opinión, que la gastronomía puede ser un potencial turístico de primer orden. En otras zonas de la archidiócesis culinaria española, han estimulado, y de qué forma, el turismo local, a base de unas gastronomías concretas. Estoy pensando en los asados de Pedraza y Sepúlveda, el sensorial y rustido cochinillo de Segovia; Jadraque en Guadalajara, donde a la gente no le importa hacer más de 100 kilómetros entre la ida y la vuelta que suponen ir desde Madrid para comer el cabrito al horno, verdadero mascarón de proa culinario de la localidad. O en Chinchón con restaurantes que tienen aforo para más de mil personas comiendo a la vez.

Vaya pues mi enhorabuena y todo mi apoyo a quienes organicen en Menorca acontecimientos culinarios. Menorca tiene una materia prima de primer orden en sus campos y en su mar para conseguir el éxito en la cocina, además de la consolidada calidad de los productos que se fabrican en la isla, quesos, embutidos, licores, vinos y su sin par repostería.