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Se realizan cumbres políticas internacionales ante la crisis de occidente, se desarrollan congresos de expertos en materia social y económica, se trabaja desde gobiernos y empresas para no deteriorar el Planeta, se habla y habla de erradicar el hambre y la guerra en los países empobrecidos…, pero parece ser que nada de esto se soluciona, o no al menos al ritmo que muchos quisiéramos y que este mundo necesita. Llegamos a casa con un coche alemán, que consume combustible ruso, para sentarnos en un sofá sueco mientras vemos, en una tele japonesa, una serie americana, comiendo galletas integrales belgas en un bol (o cuenco) made in China, a la vez que en la cocina se guisa cordero inglés con patatas francesas, al rico gas natural argelino.Efectivamente, la globalización es fantástica, y nos acerca el mundo a nuestro hogar; eso sí, a un precio que antes no queríamos saber, pero que cada vez conocemos mejor. Desaparecen las subvenciones y exenciones económicas a diferentes sectores, y de repente, las cosas cuestan lo que tienen que costar…y, horror, ya no las podemos pagar. Cientos, miles, millones de camiones, barcos y aviones viajando de un continente a otro con más comida, con más electrodomésticos, con más ropa, con más y más objetos y bienes de consumo diario, que solo en su transporte contaminan, consumen recursos escasos y encarecen el precio, sin contar los posibles derechos humanos que no cumplen en su producción. Ah, se me olvidaba, y generan empleo, es cierto.

Así, con el empeño de mejorar nuestro bienestar, hemos llegado a una situación un tanto ridícula, olvidando que en nuestro entorno más próximo se fabrican vehículos de calidad, se produce energía sostenible, se diseñan cómodos sofás, se elaboran ricas galletas y se crían corderos y patatas autóctonas, que además necesitan menos piensos y menos cuidados. Es decir, su huella ecológica, su gasto en recursos naturales para su producción y transporte, son mínimos.

No se trata de dejar de disfrutar de productos y servicios de otros países, no, solo se trata de cambiar un poco nuestros hábitos de consumo y por lo tanto cambiar un poco el sistema, haciendo de nuestra vida, de nuestros pueblos y ciudades, de nuestro paisaje, de nuestro planeta, un lugar mejor, más sano, más justo y más equilibrado.

Menorca es, sin duda alguna, ejemplo de esta transición hacia una economía inteligente, donde ganaderos y agricultores, conservacionistas y consumidores trabajan juntos por mantener el comercio de proximidad, por preservar y mejorar el tejido rural agrícola y ganadero, participando en el mantenimiento del patrimonio natural, cultural y gastronómico, contagiando a propios y extraños, de un modelo único en Europa, el cual hemos podido conocer en el resto del país y de Europa, gracias al curso "Custodia Agraria, conservar cultivando", organizado por la Universidad Internacional de Menorca Illa del Rey y el Grupo Ornitológico Balear.

Menorca, se convierte así, en un ejemplo de responsabilidad con el entorno, en una isla o si prefieren en una comarca, que va camino del autoabastecimiento de productos alimenticios sanos, autóctonos y sostenibles; creando empleo a largo plazo y manteniendo el medio rural tradicional. Lo va consiguiendo, lo impulsa, y lo hace con tanta fuerza que otros nos miramos en su espejo con envidia.

Sin duda alguna, una isla inteligente, con personas inteligentes, que caminan hacia un mundo más inteligente.