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No hay mucho escrito sobre epitafios, y mira que algunos son especialmente oportunos, por ejemplo el de Pirón que hizo uno para sí mismo: "Aquí yace Pirón, que nada fue, ni académico llegó a ser".

En torno a la muerte hay anécdotas que son obras maestras de síntesis verbal. Meng- Tseu se preguntaba, si había alguna diferencia en matar a un hombre con una espada o matarlo con una mala administración.

Incluso a veces, en eso de la administración, se pueden encontrar leyes muy curiosas. En una legislación del siglo XIX se dice: "Para que una persona pueda ser inhumada, primero es necesario que esté muerta". ¡Hombreeee! Y yo que creía que había cosas que caen por su peso. Tendré que volver a repasar punto por punto la ley de Isaac Newton. Aunque bien mirado, como eso de morirse es lo último que hemos venido a hacer en este mundo, bien está tomarlo con seriedad. Y así lo hizo un francés importante llamado Jules Renard, cuando le anunciaron a este político la muerte de su esposa, preguntó: "¿Es oficial?"

No todos moriremos igual. Los cementerios están llenos de víctimas que no debieron morir como murieron. Algunos incluso tuvieron un pésimo verdugo, como por ejemplo el conde de Chalais, que para decapitarlo sucedió que enfermó el verdugo oficial y le pusieron un aprendiz, siendo aquella su primera ejecución, su estreno como verdugo. El conde, hombre curtido por una vida a salto de mata, le dijo ya con la cabeza sobre el pilón: "No me hagáis languidecer, no sería agradable". El aprendiz de verdugo necesitó 34 golpes de hacha para separar la cabeza del tronco.

Carlos V de Alemania y I de España, tenía la costumbre de descubrirse saludando ostensiblemente los patíbulos cuando pasaba por delante de uno de ellos. Un día le preguntaron si lo hacía por honrar a los muertos, no, contestó, lo hago para honrar a la justicia.

Hace unos días tuve la oportunidad de reflexionar sobre ese hecho tan común y corriente del aburrimiento. Me dijo mi hija: "Papá, ¿qué hago?, estoy aburrida…". Y acerté a decirle, pues hija mía, si te aburres ahora a tu edad y con lo corta que es esta vida, no sé qué harás en la otra que será eterna.

Sobre la otra vida, como tenemos muy escasa documentación es difícil decir otra cosa que no sea una conjetura, sin embargo, algunos cuando están a punto de morir, aún dicen cosas verdaderamente ingeniosas, prueba de su talento. Lo último que dijo el gran compositor Arrieta fue: "Si al amanecer me dicen que he fallecido no me chocaría nada". Y acto seguido, murió.

Jaime I el Conquistador, sintiéndose morir, unos instantes antes, le dio unos consejos a su hijo, el infante don Pedro, y lo último que dijo fue: "Hijo mío, ya sois rey".