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Cuando James Bond nacía, tú contabas con apenas cinco años. Pero observabas al agente en los pequeños programas impresos con los que, en esa época, te obsequiaban las salas de cine y que coleccionabas con fruición. Eran tiempos de penurias económicas, de cómics que no se adquirían (sólo se alquilaban o intercambiaban) y en donde cualquier cosa se mudaba en juguete: las escobas de cáñamo quebradas, las chapas y, por asequibles, los recortables... Creciste con 007 y maduraste con él… Inevitablemente, tu adolescencia contribuyó a que dejaras de interesarte por el héroe y te centraras más bien en esas mujeres espectaculares que siempre le rodeaban… Y un día –incluso ya superada esa adolescencia- te diste cuenta de que te habías convertido en un "fan" de la serie, que conoces –presumes- muy bien… "Quantum of Solace" (la penúltima entrega) supuso, en este sentido, para ti, una profunda decepción, al convertirse, probablemente (juntamente con "Alta tensión") en uno de los peores episodios de la franquicia.

En ocasiones te has preguntando por las causas de esa pasión por el mundo de Fleming llevado al cine. Tal vez la razón sea muy sencilla: la saga cumple cincuenta años y tú rozas los 56. Por lo tanto, Bond te ha ido acompañando a lo largo de tu existencia y, en cada momento de ella, ha supuesto algo muy concreto: el héroe, para el niño; el sexo, para el adolescente (¿quién puede olvidar aquella Ursula Andress emergiendo de las aguas en "Dr.No"?) o la evasión para el adulto con una percepción ya real y dura de la existencia… Por eso, cuando Bond, tras vencer al Dr. No, a Espectra, a Goldfinger, a Largo, a Blofeld y a tantos otros villanos, estuvo a punto de desaparecer ridículamente por razones económicas, pensaste que, con su punto y final, se te iba un buen y fiel amigo… Y lo lamentaste. Pero finalmente llegó, y contra todo pronóstico, su resurrección. Llegó "Skyfall". Y llegó en el 50 aniversario del personaje.

Asististe al estreno con ciertas reticencias debidas al recuerdo de "Quantum…" y te topaste, posiblemente, con la mejor película de ese persistente conjunto de 23. "Skyfall" supone el fin a la reelaboración sólida del personaje y se muda en una auténtica obra maestra del cine de acción. Sam Mendes (su director) ha conseguido una pieza redonda, donde la trama no se centra tanto en la historia de una venganza llevada al paroxismo, sino más bien en el descubrimiento del origen y la tragedia íntima del agente. "Skyfall" tiene mucho de eso, de tragedia en su estricto sentido. Y de humanidad. El guión, excepcional, cuenta con unos diálogos espléndidos y algunas reflexiones sobre el mundo contemporáneo que deberían ser objeto de análisis, en el sentido de que, en el día de hoy, ni los aliados ni los enemigos tienen perfiles concretos. De la misma manera que los obreros no conocen ya el nombre del patrón que, a lo mejor, los somete. El mismo mundo en el que nadie sabe, a ciencia cierta, quien controla el cotarro. Las declaraciones de "M" ante una ministro en una sesión de control no son sino una espeluznante y terrorífica descripción del horror que provoca sentirse inseguro, amenazado y amenazado sin que se sepa por quién o por qué. La fragilidad de 007; la humanidad que ésta conlleva; el papel esencial que "M" tiene en la cinta y su "maternidad putativa" puesta definitivamente al desnudo; la esencia de lo trágico y el brillante desenlace convierten a "Skyfall" en un thriller a tener muy en cuenta y que, con el tiempo, probablemente, será objeto de culto. Si a todo ello unimos el enigma del título (sólo desvelado al final y que supone la vuelta dolorosa a los orígenes de Bond); la estética de las escenas de acción y la profundidad de cuanto se dice en la cinta, deberemos convenir en que esta vigesimotercera película de Bond es, ya, antológica, sin obviar la frescura y emotividad que un regalo heredado y una sorpresa inesperada proporcionan en los minutos finales…

"Skyfall" implica, pues, y hasta cierto punto, un reinicio. Y estas líneas un debido acto de gratitud hacia quien te ha ido acompañando a lo largo de tu vida, imprimiéndole evasión y, hoy, hasta reflexión.