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Tan mediocre se ha vuelto la política que hace tiempo que se juega a que no gane el otro. A evitar que coja el mando el contrario, a enfrentarse contra ése. Ya no hace falta argumentar lo bien que lo puede hacer uno mismo, lo capacitado que está, ni los planes que lo demuestren (no hace falta y no les es posible) ahora basta con subrayar, advertir o provocar, lo malo del otro. Y cuando eso no es suficiente, si con sólo eso no vale, entonces lo que se busca es tocar fibra, sustituir las razones por los sentimientos, hablar de lo que la gente no está dispuesta a cambiar de opinión, de lo que siente a bote pronto. De recolectar votos con devotos.

Pasa en España y le pasa a Europa. Pasa en todas partes. Que ya nadie espera soluciones, que sólo se confía en que todo no se vuelva más grave. Hay que votar al contrario, que éste no sabe, hay que elegir al otro que da menos miedo, votar en contra, elegir cara o cruz pero sin poder cambiar la moneda ni la suerte.

¬ Es lo que hay – dicen los que son.

Y es lo que hay, lo digan o no lo digan.
Hubo un tiempo en que la política era la punta más afilada del criterio y se clavaba en masa convenciendo. Un tiempo en que los políticos parecían el eslabón más fuerte y la forma de romper con la cadena que tantos siglos ataban. Era un tiempo en el que se caminaba con la sensación de libertad o de poder perseguirla, encaminados hacia un horizonte que nunca dejaba de estar delante. Un tiempo, muy reciente, en que se creía que todo tiempo pasado fue peor, que toda la Historia parecía de otros, mucho más infelices, artífices de nuestra inagotable suerte y tanta ventaja.

Pero la suerte siempre abandona cuando uno se abandona a la suerte, o cuando unos pocos se la quedan toda. Por muy grande que sea la rueda, por muy redonda que se invente, siempre deja de girar si nadie se preocupa de que el camino no se hace cuesta arriba, deja de girar primero y luego gira en sentido contrario, hacia abajo, aplastando los pasos, allanando el camino de volver hacia atrás, de repetir el pasado, de estar igual de equivocados que antes pero algo más, porque otra vez. Qué excusa es no verlo venir cuando se tiene la responsabilidad del que debiera haberlo visto. Perdidos, pero por prescindir de la brújula y a conciencia, con la insolencia del que creía que era el Norte el que debiera seguirlos.

Y así estamos. En todas las elecciones votando contra alguien. Para que no salga elegido ése. Para que no lo empeore. Sí, cabe. Y sino, votar directamente a éste otro, que siente lo mismo que muchos, según dice. Que abandera mis colores, que los aviva, justo ahora que no se ve la luz, que todo se apaga, que bastan tres chispas para sentirse iluminado.