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Toni vio aplazada ayer una operación que espera desde hace meses porque las enfermeras del quirófano secundaron la huelga. Mercè y Oriol se quedaron en casa porque sus maestros, la mayoría, hicieron lo mismo. ¿Otros perjudicados? Abuelos con jornada extra de canguros, visitas médicas canceladas y un semifestivo en la función pública. La biblioteca, correos... La huelga caducó hace años como sistema de protesta y cada vez la evidencia es mayor. El país nunca se va a parar a instancias de los sindicatos porque conviven el miedo al despido ante un jefe insensible a la Constitución, la pereza a dejar de ingresar un puñado de euros con los Reyes Magos al caer, la firme convicción de muchos ciudadanos de que éste no es el sistema y, no lo olvidemos, la existencia de un núcleo importante de votantes del PP, porque Rajoy no es presidente por haber ganado un sorteo, a los que se supone satisfechos. Los funcionarios, víctimas directas de los recortes con jefes abstractos y despido improbable, son los más activos. Diferente es la gigantesca manifestación vespertina, allí sí se exhibe la fuerza del rechazo a la tremendamente injusta manera de manejar la crisis que empezó el PSOE y exagera el PP. La huelga en sí es un arma pensada por y para el lucimiento mediático de los sindicatos. Ante esto, no se dejen engañar, sí hay alternativas. Un ejemplo, los desahucios. La plataforma creada para evitar esta barbaridad triunfa a base de movilizarse, ponerse ante la policía, llevar casos concretos a los medios, tocar la fibra sensible de los jueces y avergonzar a políticos y banqueros. Lo han hecho desde el anonimato, sin siglas, secretarios generales ni delegados liberados. Hay que renovarse. La huelga general lleva varias ediciones sin triunfar, es previsible, anacrónica, inocua y funcionarial, con el contribuyente como víctima exclusiva.