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Me cuesta horrores convencer a mis vástagos de que se tienen que comer las judías verdes. La principal complicación en esta ardua misión es que a mi las judías verdes no me gustan. Mi capacidad de seducción se ve atrofiada por mi falta de convicción, por no creerme yo mismo lo que estoy intentando transmitir. Sé que comer verdura es lo óptimo, lo mejor para que el cuerpo funcione. No me faltan argumentos fundados para luchar para que los pequeños de la casa ingieran productos verdes. No obstante, me falla ese algo más, ese feeling, que conlleva estar plenamente convencido de la cosa. Lo mismo sucede con la tan sobada desestacionalización. Toda la sociedad menorquina coincide en que lo óptimo, lo mejor para que la economía insular funcione es que vengan turistas todo el año. Hay argumentos fundados para luchar para que los visitantes opten por conocer nuestros parajes verdes, por tanto, no nos faltan razones. No obstante, considero que nos falta, tanto a la Administración como al resto de implicados, ese algo más, ese feeling, que conlleva estar plenamente convencido del asunto. Es habitual que en la presentación de cada evento de otoño-invierno los responsables nos apunten su contribución a la desestacionalización. En las ferias turísticas se incide en este sentido, se quiere crear producto, pero luego pasan cosas que nos transmiten la sensación de que en verdad estamos resignados a los inviernos en familia. Autobuses que desaparecen, comercios que cierran y disfunciones a la hora de atraer a los jubilados bonificados. Unas personas mayores que no van a poder disfrutar de la lona que tapa el Hospital Militar, un parche que pasa a ser estacional y se reserva para los guiris de chancleta. El gesto, anecdótico, demuestra esta falta de convencimiento a la hora de desestacionalizar.