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Ala hora de atribuir responsabilidades sobre la crisis económica, la banca encabeza la lista, seguida de los políticos que no supieron adoptar las medidas adecuadas ni advirtieron las graves consecuencias. Valorando las excepciones, es evidente que la pérdida de valores éticos en la gestión económica ha sido un factor básico para desencadenar la dinámica de la recesión. La carencia de principios tiene numerosos ejemplos. La forma de hacer negocios en el Caso Nóos o en el Caso Over son ilustrativos de esta crisis de valores. No todo vale para ganar dinero. Ante esta situación, está creciendo la banca ética. Solo el año pasado lo hizo un 54 por ciento en los depósitos gestionados, que han alcanzado los 575 millones. Además ha crecido el volumen de préstamos, un 24 por ciento (600 millones). Y la morosidad es muy inferior a la que sufre la banca tradicional, del orden de 2 a 7 por ciento. Basada en el compromiso social, lleva a cabo una gestión de los fondos que evita la especulación. Otras entidades también mantienen una voluntad de ayudar a la sociedad, a pesar de que la mayoría han reducido su capacidad de actuación. Sin embargo, la banca y la política son reflejo de la sociedad. Por tanto, corresponde a los ciudadanos exigir una gestión transparente y ética del dinero.