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Los recuerdos de unos sabores determinados nos atan a unos tiempos, sitios y lugares concretos. El olfato, ese colaborador necesario, es un historiador nato que ubica y data esos sabores en unas franjas determinadas de nuestras vidas. Nuestra infancia y nuestra adolescencia son despensas llenas de esas referencias gustativas. Efectivamente, todos guardamos en el baúl de nuestros recuerdos más íntimos aquellos gustos, aquellos aromas que nos retrotraen a tiempos pasados.

En Menorca, igual que en todas partes, disponemos de una extensa cocina clásica que se surte de abundantes y apetitosos platos que nos enraízan a nuestra tierra y nos ayudan a entenderla. (¡Por la comida les conoceréis¡).

Hasta hace escasas décadas, y por inercia social, eran las mujeres quienes, casi en exclusiva, tenían la responsabilidad de proveer a su familia de toda esa gama de sabores. Aquella dedicación culinaria proporcionaba a sus hijos un acervo cultural gastronómico que, enraizado en la tradición de sus antepasados, al final resultaba básica para formar su sentido de pertenencia a un lugar determinado. Quizás, puede que finalmente sea la cocina lo que mejor marca la identidad de un hombre. ¡Qué se lo pregunten a los inmigrantes¡ !Cuánta añoranza sienten de "su" cocina¡.

Creo que quienes, en Menorca, hemos tenido la suerte de tener madres que ejercían de clásicas "amas de casa" disponemos de un patrimonio gastronómico particular y envidiable, un haber especial (un plus de identidad) por haber gozado de una época en la que, en la cocina, el tiempo no era prioritario y sí lo era la confección reposada y responsable de un plato tradicional. Fue esa cocina tradicional menorquina (ni catalana, ni castellana, ni andaluza) que se transmitió durante generaciones mediante el trabajo diario laborioso, lento y pausado, de nuestras madres y abuelas. Fueron ellas quienes pusieron los cimientos de la, ahora tan valorada, "slow food". La tradición culinaria de esa "comida lenta" nos personaliza y su degustación y recuerdo nos acompaña toda nuestra vida. Es la cultura transmitida a través de la cuchara.

Pero los años pasaron y los tiempos cambiaron y con ellos las costumbres sociales y los usos familiares. Hace ya años que la mujer se incorporó al mundo laboral. Y aunque también el hombre comenzó a faenar en los fogones, nada es ya igual. Falta, falla, el tiempo. Normalmente la gente no dispone de suficiente tiempo para confeccionar esa "cocina lenta". Y con prisas no se puede cocinar correctamente. Ni tan solo un modesto "sofrit". Lo que antes era un placer cotidiano ahora, con pocas excepciones, solo se degusta de forma excepcional en días festivos y en vacaciones.

Por eso muchos nos preguntamos si esa nueva forma de vida va a romper definitivamente nuestra tradición gastronómica forzándonos a una globalización alimenticia que diluye la personalidad de nuestra isla. ¿No creen ustedes que es difícil que los actuales niños menorquines puedan tener las mismas referencias que hemos tenido muchos de nosotros? Si sus padres no disponen de tiempo para el arte de la cocina ¿cómo van a transmitírselo? Como en tantas cosas la modernidad ha traicionado la tradición.
Notas:
- Conferencia Episcopal Española (CEE): "Ninguno de los pueblos o regiones que forman parte del Estado español podría entenderse, tal y como es hoy, si no hubiera formado parte de la larga historia cultural y política de esa antigua nación que es España. Propuestas políticas encaminadas a la disgregación unilateral de esta unidad nos causan una gran inquietud".

- Espero que "Ciutadans" saquen un gran resultado en las elecciones catalanas. Mis mejores deseos para los amigos Albert Rivera, Francesc de Carreras, Félix Ovejero, Arcadi Espada, Javier Nart, etc. Creo que ese partido representa lo mejor de la Cataluña abierta e internacionalista que tanto admiramos. Si yo estuviese en Cataluña votaría "Ciutadans". Sin dudarlo.