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Con el caso del famoso borrador policial sobre las hipotéticas cuentas de Artur Mas en Suiza ha quedado más que demostrado, por si había dudas, que la corrupción se utiliza como una arma afilada por parte del cóctel de poder que forman algunos partidos, algunos medios de comunicación y determinadas instancias judiciales que, con impunidad, no se abstraen de intereses evidentes. La impunidad la conceden los ciudadanos que cuando se convierten en votantes nunca castigan las actitudes corruptas, porque seguramente la sabiduría popular las consideran parte esencial del sistema. Hay quien incluso propone una tesis sobre la corrupción y su efecto multiplicador de la actividad económica.

Sin ironías. No me preocupa tanto si Mas tiene o no cuentas ocultas en Suiza y si va a perder la oportunidad de la amnistía fiscal para regularizarlas, como que el informe policial haya permanecido en un cajón sin que nadie le prestara atención hasta que Artur Mas se decantó por el independentismo y convocó elecciones.

Recuerdo cuando Matas, en tiempos en que todavía era presunto inocente, se fue a visitar al fiscal general Conde Pumpido a Madrid a preguntar "¿qué hay de lo mío?". Pero, algo inexplicable: salió tranquilo y satisfecho de ese encuentro, como sale el Rey del hospital después de una enésima operación de rodilla. Y después cae el diluvio.

No solo la economía necesita generar confianza. El sistema democrático también. Y solo se consigue practicando el buen ejemplo en cada puesto. Los partidos (algunos), despidiendo al cobrador del frac. Los medios (algunos), reconciliándose con la profesión, y la judicatura, vaciando los cajones y tirando la llave.