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Aprovecho que vuelvo andando al despacho para entrar en la sede que la Fundación Mapfre tiene en el Paseo de Recoletos, de Madrid, y visitar sus dos exposiciones: en pocos minutos la del gran diseñador de indumentarias Jean Paul Gaultier: "Elegancia y transgresión", espectacular en su presentación y contenido, pero de menor interés para mí por la expectación y curiosidad que me produce la dedicada a "Retratos: obras maestras del Centre Pompidou". Quien visite Madrid antes del próximo 6 de enero no debe perdérsela.

Comisariada por Jean-Michel Bouhours la exposición muestra ochenta retratos y autorretratos de los más de cinco mil de colección del Musée National d'Art Moderne-Centre Pompidou (MNAM-CP) de París, a través de un recorrido temático de los distintos movimientos artísticos del siglo pasado, fundamentalmente, que se inicia en el retrato de Erik Satie, realizado por Suzanne Valadon en 1892-1893, y acaba con The Moroccan (La marroquí), un cuadro lleno de luz de John Currin, de 2001, que representa una mujer intemporal con tres peces sobre su cabeza. Estructurada en cinco grandes bloques -Los misterios del alma, Autorretratos, De cara al formalismo, Caos y desorden o la imposible permanencia del ser y Tras la fotografía-, permite apreciar la evolución experimentada en la forma de captar las expresiones a lo largo del siglo, combinando la descripción de la apariencia externa del retratado con sus sentimientos o forma de ser y de pensar, lo que en retórica se conoce como prosopografía y etopeya. El rostro y la mirada son, la mayoría de las veces, los centros de atención del artista, porque en ellos se concentran la experiencia y muchas de las expresiones corporales que se quieren perpetuar, incluso en algún caso sacralizar. Y como nos recuerdan los organizadores las ojeras que muestran las mujeres de Auguste Chabaud o de Alexej von Jawlensky parecen la metonimia de su propia negrura; mujeres fatales o ángeles caídos, erigidos en ídolos de un nuevo mundo urbano y eléctrico por medio de la pintura. La melancolía de Dédie, la mujer retratada por Amdeo Modigliani en 1925, la mirada errante y deforme del botones de Chaïm Soutine, del mismo año, los rasgos emborronados de Jacques Villon, Marc Chagall o Martial Raysse intensifican la presencia casi sobrenatural del mundo interior del modelo. El director de la Fundación resalta, por su parte, que el retrato es en arte el género más antimoderno, porque pone de manifiesto que no todos somos iguales y constituye una de las líneas transversales de la historia del arte, en la que confluyeron la tradición y las nuevas aportaciones formales a partir del comienzo de la modernidad, a finales del siglo XIX.

En su obra 'Los géneros en la pintura', mi amigo Francisco Calvo Serraller analiza cómo el mundo moderno ha desnaturalizado los géneros pictóricos, dejando el arte en el reino de la indefinición y permitiendo que el arte contemporáneo ironice, mezcle, confunda y desjerarquice los géneros tradicionales con una libertad extrema y una amplitud de miras que borran cualquier límite o frontera: es lo moderno; es el transgénero. El arte tradicional tenía un canon, el de la belleza, y el arte contemporáneo posee un anticanon que basa todo en la libertad. Dentro de los géneros, el retrato ofrece una visión más dramática de lo que es la propia existencia. Es la revelación del personaje. El autorretrato, por su parte, permite al autor verse a través de un espejo, como el Narciso del mito de Ovidio. Cuando el retrato decae como género en la pintura contemporánea, los pintores españoles de vanguardia siguen practicándolo, sobre todo a través de los autorretratos, que poseen una belleza que no es la de la hermosura, sino la de la perspectiva psicológica del retratado. Es una presentación de la personalidad y de la vanidad del individuo, que se convierte en sujeto y objeto y a través de una indagación introspectiva se autorrepresenta al exterior. ¡Que bien lo consigue Zoran Music con su 'Autorretrato'!

El retrato es una conspiración de miradas entre el artista, el modelo y el espectador, que unas veces agrada, las más inquieta y muchas incita a saber o, al menos, a imaginar: ¿estaba loca Marie-Catherine cuando la pintó Avigdor Arikha en 1982? ¿A quién pintó René Magritte en 'La violación' de 1945? ¿ Por qué el 'Retrato imaginario de Tintoretto', 1967, de Antonio Saura? Cada uno tiene sus gustos y preferencias, y me encantó, a pesar de su clasicismo, "La Blusa roja" de Pierre Bonnard (1925), por su intimismo y por su notoria influencia en Antoni Clavé, gran pintor español que me fascina, nacido en Barcelona en 1913, exiliado en 1936 y fallecido en París en 2005. Y siempre Picasso, no sólo con el cuadro que aparece en la portada del catálogo, sino con su 'Mujer con sombrero de flores'. Zuloaga con su enigmática heroína de Wagner 'Lucienne Brèval' (1909), Erró con 'Stranvinsky' (1974), Balthus con 'Roger y su hijo', Derain, Juan Gris, Albert Marquet, Chabaud, Tamara de Lempicka, Foujita, Vlaminck, Van Dongen y tantos otros. Me impresionó el retrato de una mujer sobre fondo azul, del fauvista Raoul Dufy, seguramente un encargo en el que el pintor no puede contener su poca simpatía hacia la retratada, encerrando en los trazos de su pincel todo el desprecio que sentía por la misma; o a mí así me lo parece.

Con ocasión de esta exposición, se ha publicado un catálogo científico que reproduce de las ochenta obras de la exposición, sus fichas catalográficas y una breve biografía de los artistas presentados, junto con interesantes ensayos del comisario y de los historiadores de arte y estética Jean Clair, Rafael Argullol e Itzhak Goldberg. La labor de determinadas instituciones privadas en el ámbito de la cultura es ejemplar: la exposición es un lujo gratuito para los visitantes, en una España en crisis donde las administraciones públicas están tratando de recortar hasta los últimos céntimos de euro los presupuestos dedicados a la cultura, a lo que se une la insuficiencia de los incentivos al mecenazgo, ahora más imprescindibles que nunca.