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La ciudad de Vitoria, en la actualidad capital verde de Europa además de capital oficiosa de la comunidad vascongada y sede de las instituciones comunes del País Vasco, fue conocida a finales del siglo XIX con el sobrenombre de la "Atenas del Norte ", por su elevado patrimonio cultural y riqueza educativa. Vitoria, en euskera Gasteiz, oficialmente Vitoria-Gasteiz, a mediados de los años setenta del pasado siglo, tenía a gala recordarnos a los convidados transitorios, que vivimos en la capital alavesa uno de los episodios más dramáticos de la Transición Española, el antiguo, merecido y perseverado apelativo.

Museos de primerísimo nivel y el célebre Festival de Jazz, como botón de muestra, así atestiguan aún hoy su bien ganado renombre; apegado, como es natural en aquella región, a su cultura gastronómica de primer orden, que no se discute.

Recuerdo que los alaveses, con los que compartí aquellos días ya lejanos… (en los que no me pude sustraer de los primeros lances futbolísticos de un novel Jorge Valdano en el Alavés o la afirmación en Mendizorroza del experimentado pívot Carlos Luquero en el Basconia) , salían en y con la cuadrilla , en ordenada "romería" por el casco antiguo, próximo a la plaza de la Virgen Blanca (con su popular monumento conmemorativo, recuerdo de la batalla de Vitoria [1813], que sancionó la derrota definitiva de los franceses a manos del duque de Wellington), ruta que proporcionaba la ocasión para deleitarse con las excelencias gastronómicas a módico precio, potes incluidos… Al respecto, comentaban convencidos aquellos jóvenes vascos… ¿Mil pesetas?, ni las vemos; pero veinte duros, nunca faltan… Y orientaban su mano en el bolsillo y sacaban, como refrendo a sus palabras, un "Bécquer" o un "Falla"; uno u otro, según fuera el caso, pero nunca, que recuerde, los dos billetes a la vez…

Recientemente - permítanme un ligero vuelco -, el presidente del Gobierno manifestó que "La decisión de las pensiones la impone la realidad [económica], no Bruselas…". La decisión del Gobierno [a la que se refería el máximo dignatario], según han difundido prolíficamente los medios de comunicación, de no actualizar las pensiones con esa conocida variable, que mide la evolución de precios de una selectiva cesta de productos y servicios (familiarmente, IPC), tendrá un coste real para el pensionista medio de 430 euros, que es lo que dejará de percibir…

Nueve millones de pensionistas, de los cuales un 70 por ciento no alcanza los mil euros de asignación, se han convertido en muchos casos, acaso en demasiadas realidades, en el único sostén de familiares directos con indudables apuros económicos por causa del desempleo; eso es también una realidad [económica]. Como parecía serlo - otra supuesta realidad - la promesa electoral del presidente del Gobierno [incluida en el programa de su partido], por la cual se comprometía al mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones…

Recordando la referida anécdota alavesa, me agradaría que a los pensionistas más condicionados les sucediera como a mis antiguos compañeros de entonces; que nunca les faltara, por merecido derecho, un billete "digno" en el bolsillo. Por cierto, en el escudo de armas de Álava, se lee la leyenda "justicia"; una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece…