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Todo el mundo está más sensible. En este caso, no se debe a la cercanía de la Navidad, sino que es un efecto más de esta maldita crisis. La sensibilidad es una moneda de dos caras. La bonita es la que te permite admirar lo que existe y lo que se hace y saber darle un valor. La fea, la que más abunda ahora, es la que convierte a una persona sensible en irascible. Seguramente han notado que el índice general de mal humor se ha incrementado un 24 por ciento este año. O más. Sobran los motivos. El principal es la falta de dinero en los bolsillos y las dificultades enormes que existen para conseguirlo. Una Navidad sin paga extra no invita a cantar villancicos.

Este incremento de la tensión se descubre en casi todos los ámbitos. Se toman posiciones a la defensiva debido al miedo que se extiende. Se rechazan opiniones contrarias por el mismo motivo. Se alimenta el radicalismo. Y si a dos personas que defienden dos posiciones totalmente enfrentadas se les facilita un palo a cada una de ellas es fácil que pasen "de las palabras a los hechos". Por tanto, la termodinámica actual representa un riesgo de conflictos evidentes.

El termómetro ha subido varios grados en la enseñanza, la educación, la sanidad, entre los jubilados, en la justicia, en las empresas, en los partidos políticos, en el deporte, entre los bancos y sus clientes, incluso en el supermercado a partir del 15 de cada mes. ¿Cómo se puede bajar la temperatura ambiente? Seguramente con la actitud de quien busca "esclata-sangs" en época de escasez, que sabe que ha llovido poco y, como espera menos, se alegra con la cesta medio llena. Hay que encontrar motivos para alegrarse de algo, especialmente de lo que afecta a los demás. ¿No me digan que lo del obispo Piris no es para tener esperanza? (Página 13)