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En la terminal 1 del Aeropuerto de Barcelona, hay un lugar que pasa desapercibido pero que tiene una gran fuerza tanto por la finalidad por la que ha sido creado como por el mensaje que se puede llegar a deshilvanar si uno tiene intención de hacerlo.

Se trata de un habitáculo pequeño, sobrio y austero, donde cualquier persona, profese la religión que profese, incluso si está huérfano de ella, puede detener sus prisas, entrar y orar.

Encontrar un tiempo para entrar en contacto con nuestra esencia en medio de esta vida trepidante, máxime en un aeropuerto, es algo absolutamente encomiable.

Se ha hablado del fin del mundo en estos días. Misteriosos escritos de los mayas e incluso alguna aportación de la ciencia, ha hecho pensar a muchos que esto se iba "en orris". Pero aquí estamos, vivitos y coleando inmersos en una Navidad más y manteniendo los mismos problemas que ayer y la misma esperanza de siempre para salir de esta crisis mundial que nos tiene comprimidos en nosotros mismos.

Soy de la creencia de que este mundo, tal y como lo conocemos, se ha de terminar, y con ello no significa que un gran cataclismo nos atrape y nos hunda haciendo desaparecer nuestra especie. Mi intuición va más allá. Creo que los valores basados en las leyes naturales han de volver a liderar nuestras vidas. El respeto a la esencia común, el respeto por uno mismo y por los demás, el amor a todo lo vivo, lo cual compartimos sin ser posesión de nadie si no responsabilidad de todos, ha de convertirse en nuestra ley suprema de convivencia. Recuperar un sentimiento tan nombrado y abanderado por todos pero que no practicamos: Amor, debería ser el muro de carga de nuestro mundo.

Estos días de Navidad son, para los cristianos, los días de la celebración del Amor por excelencia. Si nos paramos por un momento y miramos alrededor, lo único que hacemos es enloquecer yendo de un lado a otro como autómatas buscando y rebuscando regalos para todos aquellos que estimamos y que agradecemos que formen parte de nuestra vida.

Y mientras enloquecemos en el devenir de las compras dejamos de "vivirnos", de compartir tiempo, presencia, contacto, afecto. Hemos hecho un teatro de nuestras vidas, hemos vaciado de contenido lo que realmente significa la Navidad.

Así vamos con todo, celebramos cosas que encierran profundas filosofías sin saber ni qué significan. Hemos perdido el valor de los acontecimientos como hemos perdido el valor del significado de las palabras porque hemos entrado en la inercia del tiempo y hemos perdido la esencia de lo humano.

Mirando esta sala del Aeropuerto de Barcelona, contemplando su icono, me hace sentir la necesidad que tenemos de cambiar este mundo. Paremos nuestros ritmos, recuperemos el sentido de ser con el cual hemos hecho un penoso trueque con el tener y encontrémonos con nosotros mismos y con nuestra esencia para dar paso a un mundo realmente nuevo.

Paz a los hombres y mujeres de buena voluntad