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Demasiados años igual, sin cambio alguno, con la crisis como telón de fondo, con el guión escrito desde muy arriba, sin opción a la improvisación ni a perder los papeles -por abajo- por mucho que sea el disparate o por más que crezca el problema y se aproxime el desastre, que nadie haga nada, que nadie proteste porque será violencia, ni denuncie porque será acusado, que nadie lo impida o será barrido, que nadie se mueva o se le detiene. No importa que tiemble el suelo que nadie se aparte del terremoto, que sucumba la realidad que os amamanta, que se desmoronen los años y los derechos pero todo sobre vosotros, pero sobre todo a vosotros, dicen ellos sin decir, hacen ellos pero también con nuestras manos. Y pasan los años y pasa de todo. Cada vez más rápido y cada acelerón menos apercibido.

Parece que el año es lo único que se acaba. Todo lo demás sigue, sin solución de continuidad, exactamente igual: empeorando. Más paro, menos cobertura social, más problemas, menos soluciones, más ricos los multimillonarios, más miseria para los pobres, más guerras y armamento, más enfrentamientos y menos acuerdos, más palabras al viento y menos compromisos, más estafadores y menos para los estafados, más intereses particulares y menos interés por lo general. Más de lo mismo y menos para la mayoría.

Y es que pasan los años de la crisis como si fuera uno muy largo que nunca termina, como si realmente lo estiraran con ganas, pasa monótono y fatal, con sus cientos de días arrasando mes a mes, sin otra opción, pasan descontando semanas, sin mayor aspiración que llegue la siguiente, lo próximo, el día en que todo cambie, la hora en que todo quede atrás. Pero nada, en deseo se queda lo que sin verbo se hace. Y nadie mueve un dedo en dirección contraria a la del que señala. Y ese que manda dice que vayamos cayendo, uno a uno, hacia allí, por el abismo, tal vez hasta que los cuerpos amontonados suban el suelo hasta arriba, y puedan pasar al otro lado los que todavía queden, y pasen pisando la poca fortuna de tantos y con sus bolsillos forrados de mejores soluciones sobre el puente tendido de voluntarios forzados.

Pero lo peor es que al otro lado tampoco hay nada mejor, sólo más camino en línea recta, el mismo itinerario de antes, pero desde más lejos, otro trecho para llegar al siguiente agujero, por el que deberán volver a caer millones hasta que hagan pie los que nunca pierden. Y es que sin cambiar la dirección es imposible llegar a otro sitio.
Y en fin, que demasiadas noches viejas sin nada nuevo. Demasiados años perdidos antes de empezarlos.