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Desahogarse, decir pestes, hacer críticas, descalificar, insultar, soltar cualquier cosa… hoy en día, en el primer mundo y el segundo (porque en el tercero, no pueden), cualquiera tiene la posibilidad de emitir su mensaje "urbi et orbi". Las nuevas tecnologías lo han hecho posible.

Podemos exceptuar los lugares donde la democracia brilla por su ausencia: dictaduras, estados totalitarios; integrismos, nepotismos y gente que oprime a otra gente, como un "modus vivendi" de lo más rentable. Algunas cosas que aquí nos parecen normales, allí están prohibidas, perseguidas, mal vistas o severamente castigadas. Por desgracia, la libertad, la dignidad o la justicia… siguen amenazadas y violadas impunemente.

Hoy podemos denunciar delitos, vocear agravios, destapar corrupciones. Pero la gente espera una respuesta contundente y no la encuentra. La libertad de expresión se ha convertido en una patente para decir tonterías u ordinarieces. Nadie se escucha; porque cada cual es una isla y todo se reduce a un momentáneo desahogo verbal.

Los mensajes se pierden muchas veces entre esta inflación de contenidos, diluyéndose los más importantes entre el ruido y la paja. El exceso mata nuestra sensibilidad informativa, como las comilonas pueden provocar un empacho. Ingerir lo que no puedes asimilar, es tontería. Vivimos una época de excesos pantagruélicos, en la que sobran demasiadas cosas, pero las llevamos a rastras cual cadenas, concentrados como estamos en conseguir lo que todavía nos falta.
Bajo el paraguas del anonimato, cada noticia en la red va seguida de infinidad de comentarios que pueden llegar hasta el insulto y la descalificación personal. Lo que cuenta no es la calidad de lo que se dice, sino la cantidad y estridencia de las aportaciones. Lo que decimos o no decimos ¿se pierde? ¿Dónde va toda esa información que se borra del ordenador infectado por un virus? Se queda anclada en el pasado, y no hay tecla humana capaz de recuperarla. Sin guardar, no hay continuidad ni futuro. Solo reiniciar y cuenta nueva. Misterios de la comunicación, a comienzos del siglo XXI.

Aprovechando las celebraciones de la "Diada", releemos la magnífica "Enciclopèdia de Menorca" y nos hacemos las eternas preguntas: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Dependiendo de las respuestas, seremos una cosa o la otra. Estamos confusos, divididos, extraviados en esta selva de la nueva sociedad digital. Esto se traduce en la política, cuando inauguramos algo: si estamos en una vía muerta, la alta velocidad puede ser contraproducente.

A veces, nos sentimos frustrados al no poder entendernos. Es urgente que lo hagamos si queremos preservar nuestras raíces y construir un futuro más próspero. Lo complicado no quita lo valiente. Pero cada uno por su lado… así no iremos a ninguna parte.

Como el que lanza su botella al mar, con la remota esperanza de que alguien la encuentre, lea el mensaje, lo entienda y decida hacer algo. Ante tantas improbabilidades juntas, se sienta e imagina que, desde más allá de lo que la vista alcanza, alguien acudirá algún día a rescatarlo… solo es un náufrago perdido, en ese inmenso, inagotable océano del tiempo.