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Despertar sobresaltado. Luz encendida. Cuatro de la mañana. El oído aguzado escucha arrastrar sillas y mesas, gritos, conversaciones fuertes, rumores, golpes secos inidentificables… Se presta atención, se diferencian voces de hombres y mujeres, y un "full", llega nítido. No hay duda: el origen del barullo es una timba clandestina de poker y los sonidos plas, plas, pudieran ser fichas. Sin pegar ojo, vuelta tras vuelta, gira la moviola de la cabeza y el insomne se convierte en protagonista de una película violenta: pinta en la puerta, con letras grandes rojas, "Kasino" y marcha tranquilo a gozar la bronca que se arma a la salida. Descarta la pacífica escena y opta por encadenar los manijones de la puerta y dejarlos encerrados como primer aviso. Pero no habrá acción, no es un duro, sino una persona normal hasta que le tocan demasiado los…

El cerrado local vecino se convierte cada trasnoche en un garito ilegal. Su dueño, quizás por falta de rentabilidad del negocio, la inviabilidad de un cambio de rubro o la imposibilidad de alquilarlo para actividades comerciales lícitas, en la jungla de la subsistencia optó por el sálvese quien y como pueda hasta que saque buenas con la compra o el traspaso que anuncia el cartel.

La fachada de cristal del antro, a la calle, está tapada con papeles que ocultan la actividad que allí se desarrolla de 11 a 8 horas, o más tarde si la pasión por el juego se desborda. Solo ventiluces y mamparas en lo alto están descubiertas para que los ventiladores y extractores de humos hagan respirable el ambiente. La delatora huella del humo en las rejillas exteriores y en pared parecen no importar. Lo mismo que los ruidos que allí se producen aunque linde con la puerta principal de dos bloques de viviendas y las paredes de sus dormitorios en planta baja.

Las noches con la crisis dejaron de ser glamurosas. Algunos pequeños empresarios y trabajadores que también las sustentaban, al no poder recurrir al dinero del colchón ni al ladrillo, hacen cursos rápidos para vivir a salto de mata en los márgenes de la legalidad. Los alumnos del juego, tragaperras y tapete verde, nunca faltan a las clases.

Sean quienes sean los que ruedan los dados y mezclan las cartas de la baraja deben ser tipos de cuidado. Y eso lo saben vecinos, empleados del consorcio y noctámbulos del centro: ciudad chica, infierno grande.

Los afectados en sus derechos de descansar en paz, en vez de insistir en llamar a la Policía cuando se monta la partida, se abstienen aún pudiendo conservar el anonimato desde un teléfono público. Cuando se hizo, aunque acudieran los agentes, las partidas se repitieron al día siguiente. Quizás por eso tampoco recurren formalmente por escrito al administrador de la comunidad. Ante la excepción pidiéndole que convoque reunión urgente de propietarios, su representante se dirige por burofax al dueño del local para que "cesen las actividades molestas que allí se realizan, o que las haga en horas que no quebranten el descanso de los convecinos, pues de no proceder a lo solicitado se recurrirá a la vía legal oportuna".

Realizada la Junta General Ordinaria en la fecha anual programada, uno de sus puntos trata: "quejas presentadas por un propietario en cuanto a actividades molestas del local X". Y se aprueba mandar otro apercibimiento similar al dueño.

Significativo singular que hace entendible las escasas demandas y la conducta del infractor. Mientras de conjunto se den largas a echar el resto judicialmente, en espera de que a alguien le salten los tapones de los oídos y juegue de farol una denuncia, o sea cierto el reclamo individual a la justicia, asumiendo costos directos y colaterales, ganan por mano los timberos. Mano pesada, por supuesto.