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Hace unos días en el programa "Las tardes de Julia Otero", en Onda Cero, hubo una interesante tertulia que puso a debate una cuestión que algunos exquisitos puritanos de la corrección política podrían tildar de desestabilizador. Pero tratado en el espacio de esa locutora de tintes pijo-progres coló sin más. Y fue altamente interesante. Esclarecedor y muy oportuno.

A propuesta de uno de sus contertulios, Juan Adriansens (conocido militante anti PP y otro destacado miembro de la "progresía nacional"), surgió la pregunta-comparación de ¿qué había sido más corrupto si el franquismo o esta democracia que padecemos? Al solo enunciado de la pregunta saltó un furioso Javier Sardà, otro militante de lo "progre", rasgándose las vestiduras. ¿Cómo era posible comparar una dictadura con un régimen democrático? ¿Cómo era posible enunciar siquiera esa pregunta? Pero descentraba el tema. No se trataba de comparar sistemas políticos (ni la moralidad de los mismos, ni su fuente de legitimidad) sino de tratar de descubrir si la clase política franquista fue o no más corrupta que los actuales políticos llamados democráticos. Se trataba de conocer si durante el franquismo se robó más o menos que ahora.

Naturalmente se comentaron aquellos conocidos casos de Sofico, Matesa, etc. Se comentó la protección de los monopolios, el híper proteccionismo industrial que tanto benefició a las burguesías vasca y catalana y que atrajeron a tantísimos emigrantes extremeños y andaluces a sus territorios, la implicación de algunos ministros en oscuros casos de privilegios económicos, etc.

Era la España que reflejó Berlanga en "La escopeta nacional". Era los tiempos del "¿qué hay de lo mío? Sr. ministro". Pero aquella corrupción estaba enmarcada en círculos determinados cercanos al poder central. Era una corrupción en cierta forma acotada y bien delimitada. Estaba reservada a una cierta clase. ¿Pero qué pasa ahora? Pues que la cosa se ha desmadrado. Pasa que la corrupción se ha democratizado. Ya no es una corrupción exclusivamente clasista. Todo se ha multiplicado por diecisiete, pues diecisiete son ahora los centros de poder en España. Cada uno de estos diecisiete nuevos corralitos españoles ha creado su propia red clientelar, su propia infraestructura del "amigueo", su propio submundo económico que beneficia y subvenciona según su libre albedrío, etc. Y ya no afecta solo a una clase ideológica sino que reboza a toda la clase política. Sin distinción de ideologías ni credos políticos. Si antes robaron muchos, ahora han robado y roban muchísimos más. Lamentablemente la democracia no ha sido la solución al problema sino un simple peldaño más en una escalera infinita.

Es muy indicativo del sentir general de la sociedad española actual que conocidos miembros de lo que denominamos "el progresismo hispano" pongan en duda (y se pregunten ya decididamente) si la casta política que sufrimos (toda ella) es más corrupta que lo fue la del franquismo. La viabilidad y el interés de la pregunta ya indican la gravedad del problema actual.

Los taxistas son siempre un indicativo muy fiable del sentir de los ciudadanos. Esta pasada semana en Madrid me he encontrado con algunos de ellos convertidos en auténticos exaltados. Alguno predecía que el hartazgo del pueblo anuncia la inminencia de la revolución. Solo falta un líder, la brasa está ya encendida. ¡Atención al parche!