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Mira ahí está la solución ¿no la ves? Pues ahí está, sonriendo y esperando a que alguien le guiñe un ojo y le diga ven. Tiene una forma esférica, es transparente, será por eso que parece que no está y que nadie la defiende, no tiene colores, ni pasiones, no sabe de oportunismos, ni busca avales, ni encaja en ideologías y en ningún interés particular, va suelta, a su aire, por la calle y los despachos, rodando redonda, sin que nadie la vea, ni hacer el más mínimo ruido y murmurando su silencio espera, sin prisa alguna, a que todos callen para entonar su resolutiva voz de la mano de la razón, su genética.

La razón también está en todas partes, ¿no se ve?, será porque es pequeña siempre, sin embargo entramos todos, aunque apenas pase nadie, aunque casi pasen todos. Es sencilla, por eso es complicado hacerla creíble, cuando todo parece intrincado y dificultoso, cuando se tuerce y retuerce cada cosa hasta perder o exprimir el sentido, la línea más recta, el trazo más simple, se vuelve imperceptible, una utopía. La razón es discutible se dicen unos a otros, considerando sin embargo indiscutible la suya. Así que hablan y hablan, pero no para alcanzarla o hacer que otros lleguen, no para llegar a un acuerdo y buscar una razón global, sino para conservar su ridícula parte, su localismo, su opinión: parapeto de intereses.

Los intereses son el motor del mundo y por lo que no se mueve, son el núcleo del problema, la manta de la que nadie tira. El beneficio, lo que se puede sacar en limpio aunque sea suciamente, lo que ha de pasar porque mejora situaciones individuales y vuelve al poder más poderoso y al no poder más numeroso, justifica cada paso erróneo, lo avala con más ceros en las cuentas a cambio de más ceros en más vidas, de vaciar el futuro para llenarse las copas. Y se lo beben, noche tras noche, copa tras copa, los intereses son devorados por la avaricia insaciable de querer más; son multimillonarios que se saben efímeros y tratan de parar el tiempo a golpe de talonario. Y así será hasta que no queden cheques, hasta el último trago. Para ellos, el único malo.

A no ser, claro, que el mundo entrara en manada y en razón, empujando todos a la vez hacia lo sensato o tropezados por la inercia de seguir humanamente vivos, antes de que la solución dejara de rodar ya por imposible y se volviera su silencio un discurso irreversible e inútil, razón tardía.